Opinión | Crónicas de la incultura

Culturas paralelas

Siempre me han interesado las ciencias, a pesar de mi obvia dedicación a las letras. La razón es mi profunda convicción –muy renacentista– de que el ser humano es uno y no puede haber una cultura humanística y una cultura científica enfrentadas sin que los humanos caigamos en la melancolía, cuando no en la esquizofrenia. Sin embargo, hasta hace poco lo teníamos difícil. En el siglo XVIII y sobre todo en el XIX las ciencias experimentaron un progreso extraordinario al lograr formalizar matemáticamente el universo determinista en el que supuestamente vivimos. No hay que decir que algo así resulta incompatible con las humanidades, tornadizas, ideologizadas e irremediablemente dependientes de la doxa. Un efecto secundario fue la sacralización de los científicos: mientras que los humanistas solo pueden ser tomados como referencia por sus propios seguidores, los científicos simplemente expresarían la verdad. Así, un escritor cargado de argumentos como Zola consiguió convencer a muchos con su célebre artículo J’acuse de L’Aurore (1898), pero no a todos y de ahí que a la larga el antisemitismo volviera a florecer en el régimen de Pétain. Por la misma época, Ramón y Cajal lograba convencer, contra viento y marea, a los científicos de la variabilidad de las conexiones sinápticas dando lugar a una nueva ciencia, la del cerebro, que aún sigue sus postulados en lo fundamental.

Traigo a colación estos hechos bien conocidos a propósito de los llamados «universos paralelos». Desde la irrupción de la mecánica cuántica, el universo y sus leyes han dejado de ser únicos y se abre la posibilidad de que coexistan varios mundos en los que el gato del profesor Schrödinger puede estar a la vez vivo y muerto. El dilema lo resolvería Hugh Everett en 1957 al proponer una hipótesis de varios mundos que son el resultado de medidas diferentes. Uno habría esperado que esta propuesta hiciese furor entre los humanistas, tan dados a lo contingente. Pero curiosamente solo sirvió para sustentar la literatura de ciencia ficción (Lovecraft, Asimov, incluso Borges) o el cine (Doctor Strange in the Multiverse of Madness) y cosas por el estilo. ¿Qué tiene de inhumana la idea del multiverso? A mi modo de ver que hace imposible algo tan humano como el compromiso. Hasta ahora la humanidad se ha caracterizado por resolver las tensiones de todo tipo con soluciones intermedias. Por mucho que un bando se proclame en posesión de la verdad, siempre acaba concediendo que algunos aspectos de la mentira del oponente resultan atractivos. Los árabes invadieron Hspania y naturalmente hubo que combatirlos, pero … tenían tantas costumbres apetecibles que nos las quedamos. El capitalismo es odioso y los bolcheviques hicieron bien en combatirlo sin piedad, pero … a la postre China ha vuelto a caer en él. En el arte, ¿para qué hablar? No hay género literario, artístico o musical que no sea el resultado de una simbiosis.

Por ello, pienso que lo que está sucediendo en el mundo occidental –desde la época de Hitler– es una catástrofe cultural. El III Reich se declaró incompatible con los judíos, los comunistas y el arte «degenerado», mas cualquiera que se asome a la realidad cultural del momento presente se da cuenta de que hemos entrado en una fase similar de universos paralelos. En España hay dos grandes partidos constitucionalistas que son incapaces de aliarse para frenar a los bárbaros enemigos de la constitución. En E.E.U.U. hay dos candidatos presidenciales que sostienen posiciones maximalistas, traducidas en inhibirse de los problemas del mundo, y cuyo resultado podría ser una tercera guerra mundial. En todas partes los ciudadanos vivimos engañados por una ideología seudoecologista, hecha de grandes palabras como sostenibilidad, reciclado o vegano, que solo sirven de pantalla para sigamos devastando el planeta hasta su extinción total. Bueno, por lo menos este mundo acabado será borrado de la lista del multiverso y sus supervivientes, si los hay, sabrán a cuál apuntarse. Es un consuelo.