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Identidad y universalidad

Identidad y universalidad

Viernes quince de marzo. El restaurante de Pelayo está lleno. Gentes llegadas desde diversas comarcas; también hay muchos de la capital. ¿Por qué se nota a simple vista la diferencia entre ser de la capital y ser de pueblo? Se nota. No me pregunten pero se nota. Entra un joven alto y espigado, ajeno al bullicio de las mesas, de los camareros, del metre. Una bolsa de deportes a la espalda. Es Puchol II, el campeón, la figura del momento. La que sigue la estela de los grandes de la historia, alguno de los cuales tienen el honor de presidir todas las partidas que desde hace ya más de ciento cincuenta años se anuncian en Pelayo. Se celebra el centenario del Valencia FC. Imaginen que medio siglo antes se inauguraba Pelayo y que varios siglos antes había en València trinquetes en diversos barrios. Y se jugaba en las calles, con tanta pasión que hubo bandos prohibitorios. El Joc de Pilota era el más popular. Pero era un juego espontáneo, anárquico. No había dado el paso a deporte moderno.

La gran mayoría de los que comen ese viernes en Pelayo no conocen a Puchol II. Antes de la remodelación, a Pelayo sólo entraban de la familia o conocidos. Ahora entran muchas gentes que no han visto en su vida una partida de pelota. Por eso pasa casi desapercibido Puchol II. Que la máxima figura pase inadvertida es un síntoma de que hay que muchas cosas por hacer.

Lo cuenta Rovellet. Un día, cuando él era primera figura, salió de Pelayo a la calle Guillem de Castro a preguntar a varios de los que pasaban dónde estaba el trinquete. Nadie supo responderle. La pelota estaba, en los años cincuenta y sesenta, encerrada, olvidada, abandonada. Una vez en cuarenta años salió en el NO-DO, como algo singularmente folclórico en el trinquet de Ondara€Ni siquiera la prensa valenciana mostraba interés. Hoy estamos mucho mejor, tenemos un poco de prensa, otro poco de radio y ahora, gracias a ÀPunt un poco de televisión. Seguimos a años luz de otros deportes. El valor de la tradición cultural nos salva del olvido absoluto. Esa es la realidad. Tenemos deportistas tan profesionales como los mejores profesionales de otros deportes. Puchol II acude a entrenar para no perder el ritmo y prefiere hacerlo en el escenario donde dos días después volverá a mostrar su poder ante De la Vega. El chaval es constante, comprometido. Sabe que la disciplina es la clave del éxito en el deporte de hoy. Tenemos un espectáculo en el que se superaron las eternas esperas de las apuestas. Tenemos una liga profesional consolidada, en los parámetros de cualquier deporte moderno. Fomentamos en las escuelas, competiciones de clubes, publicamos estudios, sacamos la cabeza para recordar que existimos pero hace cien años que perdimos la batalla decisiva: los sentimientos de identidad en luchas estatales o internacionales a través de un deporte con reglas comunes en todo el mundo. Y pasamos de ser el Rey de Juegos y el Juego de los Reyes a luchar por la supervivencia. Ahora metidos en la defensa de la identidad recelamos de cualquier intento de extender un juego de pelota que nos permita competir con otras regiones del mundo. Como si hubiera incompatibilidad entre identidad y universalidad. Es un debate de hondas raíces antropológicas, políticas. Para mantener el valor de lo propio miramos de reojo a cualquier novedad que se proponga, no sea que acabe con la herencia. Y nos aferramos, nos atamos sin pensar que quizás la libertad nos haga mayores de edad.

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