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Poulidor, Genovés y el tio Vicent

Poulidor, Genovés y el tio Vicent

Hace unos días nos dejó uno de los más excelsos representantes de la épica en el deporte: Raymond Poulidor. El eterno segundo conquistó el fervor popular por sus hazañas en el Tour de Francia. No conquistó ninguna de las vueltas pero ganó el corazón de las gentes. Si épica fueron sus escaladas, siempre superadas por un Anquetil o un Eddy Merckx, la grandeza de sus hazañas consistió, precisamente, en su perseverante empeño por conseguir el triunfo. La épica consiste en el intento tanto o más que en el triunfo.

El ansia de presenciar hazañas es consustancial con la naturaleza humana. Los juegos deportivos canalizan a día de hoy buena parte de esa necesidad de admiración hacia los valores del coraje, la nobleza, la fidelidad. En nuestro Juego de Pelota hemos tenido, y escribo en pasado, algunas grandes figuras que entrarían a formar parte de la literatura épica de este deporte. Desde el Roig d' Alcoi, a quien se le apodó en Aquiles de la Pelota, a primeros del siglo XIX, hasta el último y el más grande de todos : Paco Cabanes «Genovés».

Paco canalizó toda ansia colectiva de presenciar hazañas y él, desde su libertad personal y profesional, fue siempre consciente de su papel. Cuando su superioridad era aplastante se dejó mutilar pegadas decisivas; llegó a jugar de «mitger» en una competición por parejas y tríos y se adentró en el terreno del más difícil todavía. Sin esa elección voluntaria y libre, sin esa condición de dios terrenal, que estaba por encima de cualquier programación, nunca hubiéramos disfrutado de los espectáculos contra figuras de la pelota vasca en un terreno distinto al suyo; ni se hubiera enfrentado con éxito de público, y en este caso de juego, a las tres primeras figuras de una especialidad que sólo practicó en edad juvenil. Ni hubiera visitado todos los pueblos pelotaris cobrando lo que pedía o podían pagarle pero acercando a las gentes su figura referencial, única. Un dios cercano, que preguntaba por el abuelo y que se acercaba a los niños que peloteaban. Los dioses del deporte serán humanos pero nunca se someten a otro humano.

Fuera de los focos, de la popularidad, hay otra épica. Es la épica anónima que organiza, aglutina, impulsa, congrega, pacifica. Es la épica del Tio Vicent, de Meliana, que nos ha dejado después de sembrar de ilusiones con el Joc de Pilota, con la Galotxa, a una parte de la juventud de Meliana. Nos preguntamos qué hacer para extender la afición, para recuperarla en pueblos perdidos. Perdida estaba, refugiada en la memoria de los viejos en Meliana y el Tio Vicent trabajó para transmitir su pasión a las nuevas generaciones. Un Tio Vicent en cada pueblo y no harían falta estudios sociológicos, ni mesas redondas ni cabileos. Necesitamos personas que sean capaces de atraer personas.

A la entrada de Xilxes hay un monumento dedicado al «llaurador». No está pensado para éste o aquél, sino para todos. El Tio Vicent representa a todos los «llauradors» que sin una mala línea en el periódico, ni una entrevista, ni una foto, abonan con las mejores semillas para que surjan leyendas futuras. La épica se llama Poulidor, Paco Genovés y el Tio Vicent. Todos grandes porque todos fueron libres.

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