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Pelayo: ayer, hoy y siempre

Pelayo: ayer, hoy y siempre

En los tiempos en que Pelayo era destartalado y viejo, cuando los caliqueños mordisqueados humeaban el frio viento de enero y Selfa cantaba con susurrada elegancia la apuesta, el pelotari, cigarrillo en la mano , sentado en la escalera, esperaba con interesada paciencia que unos y otros travessaren los dineros que permitiesen cantar el Va de Bo, señal convenida para que los pelotazos fueran en serio. Espectáculo que sólo los iniciados en esta religión y su liturgia eran capaces de comprender. Como muy bien me confesó un día el añorado Juliet, los trinquetes eran, en realidad, «casas de juego». Tampoco es que fueran negocios boyantes pues aquello daba para lo que daba. De hecho si Pelayo no hubiera sido una anomalía urbanística en los planos de crecimiento de la ciudad modernista, a la que se sólo se le permitió una servidumbre de paso, hubiera acabado como acabaron otros trinquetes y frontones: en manos de promotores inmobiliarios.

Pelayo ganó impulsos al calor de la renovada afición de los años ochenta a la que colaboraron ilusiones políticas, la arrolladora figura de Genovés y la recuperación de este deporte en muchos pueblos, además de las inversiones de los hermanos Tuzón. Fructífera etapa de la que surgió una hornada de nuevas figuras nacidas entre sus viejas paredes pues era lugar de encuentro de los chavales del barrio: Fredi, Alsina, Timoneda, Pastor, Victor, Peluco, Tino, Grau, Serrano, Castilla, Pedro, Pedrito€Fueron los últimos antes de que los bajos comerciales de la calle pasaran de ser tiendas, peluquerías y bares que expedían en valenciano a bazares rotulados en chino. Si aquellas figuras surgieron de manera espontánea ahora hay que impulsar una escuela, la escuela de Peluco, para acercarlos a este templo catedral del Joc de Pilota.

Ya no hay caliqueños mordisqueados; los pelotaris nunca saldrán a la cancha con un cigarro en las manos, y la liturgia de insoportables esperas oyendo a Selfa o los hermanos Soro pasó, afortunadamente, a mejor vida. Las viejas sillas de boga con mesas y manteles que oían historias y leyendas, respiraban entre tisis de chaperos y unían a jueces y timadores, han cedido sus privilegios a la nueva sociedad de ejecutivos y ejecutivas que habla de negocios y gustan de aproximarse a descubrir las nuevas esencias de lo viejo. Algunos se asoman a la puerta acristalada de acceso a las murallas blanqueadas, catacumbas donde se refugian los últimos artistas que huyen de la mediocre globalidad que todo lo avasalla. La contemplan como quienes miran el cuadro de Las Hilanderas.

Y así pasan los años. Una nueva etapa ha sido posible gracias al mecenazgo de José Luis López que en medio de las dudas que envuelven el futuro sigue acariciando nuevos proyectos. Ya no hay caliqueños, ni cigarrillos entre dedos sarmentosos, ni aquel viejo con gorra que cambiaba los números pintados en tablas pero surgen nuevas figuras como De la Vega, que gana el trofeo que patrocina el club de futbol del Levante, el de los aromas a sal marina. Y se consolidan nuevas realidades que impresionan con pegadas que encandilan, como Marc, Salva Palau o José Salvador€La historia de Pelayo seguirá rodeada de carteles luminosos en chino pero la pelota de vaqueta, refugiada en las catacumbas de la vieja Valencia, seguirá soñando con las caricias futuras de la nueva generación que Peluco llevó el sábado para sentarla junto a las caras del Nel, de Quart, de Juliet, de Rovellet y de Genovés. Quizás, algún día, uno de ellos luzca en los altares de esta que es religión perseguida en tiempos, menospreciada siempre.

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