Hasta hace muy poco, Ramón Girona Lacruz todavía departía todas las mañanas con otros jubilados en el Parque Central de Almussafes. Desde hace unos meses, las distancias que se permite recorrer son menores, aunque sale de casa todos los días para tomar un café, charlar con conocidos y fumarse un «cigarret». Tras más de 36.500 días vividos, todavía cuida su dieta, en la que las frutas, verduras y frutos secos tienen un papel protagonista. Y continúa afrontando la vida con pragmatismo, filosofía y optimismo.

Tuvo una infancia feliz y demostró su valía como estudiante. Como era habitual en la época, compaginaba sus estudios con labores en el campo para colaborar en la economía familiar. A los 18 años su vida dio un vuelco, ya que el 18 de julio de 1936 estalló la Guerra Civil. Fue convocado a filas de inmediato. Fueron tiempos duros. Incluso fue privado de libertad al ingresar en el campo de concentración de prisioneros de Orduña (Vizcaya) al año y medio de estallar el conflicto.

Un día paseaba con dos reclusos de Guadassuar y l'Ènova. Los tres hablaban en valenciano. Un sargento le espetó: «Oye, jodío por culo, habla el español como Dios manda». Y él replicó: «Perdone, pero el español no existe, y a Dios no lo meta que tiene mejores cosas que hacer», respuesta que le valió su encierro en el calabozo.

El capitán, al enterarse, lo hizo llamar y Ramón le precisó: «Existe el castellano, pero no el español. En España se hablan más idiomas». El capitán, sorprendido, le contestó: «Tienes razón, pero aquí tienes que hablar en castellano». Lo aceptó, pero matizó: «Cuando voy con los amigos hablo el idioma que me enseñó mi madre». El capitán terció: «No, no, a lo que tu madre te enseñó, no renuncies nunca», y acabó liberándole. El sargento que le había arrestado se pasó 15 días sin permiso para salir del campo.

Hoy ya cuenta con cinco nietos, cuatro nietas, un biznieto y tres biznietas, con los que mantiene una estrecha relación. Desconoce el secreto de su longevidad y sigue regalándose algún cigarro diario, un pequeño vicio al que no está dispuesto a renunciar. Tanto su familia, que organizó una gran fiesta en su honor, como el ayuntamiento, que le hizo entrega de una placa conmemorativa, compartieron la alegría de su longevidad.