Pedro Toledano, Valencia

No es frecuente en la tauromaquia moderna vivir episodios como el que en la tarde de ayer ofreció con extraordinaria generosidad el matador de toros Morante de la Puebla en el coso de la calle de Xátiva al lidiar a Pajarraco, de Núñez del Cuvillo. No es frecuente que un torero exteriorice tanto arte y tanta belleza de forma tan natural como desordenada . Porque lo extraordinario es que aunque todo lo que realizó Morante a ese toro tuvo el sentido de la oportunidad, porque era lo que pedía el toro, no se atenía a los cánones preestablecidos de las consabidas series de derechazos y naturales. No. Era toreo en el sentido más puro de la expresión. Toreo emanado de una fuente que previamente ha tenido que interiorizar mucho caudal de técnica , de alma distinta a todas las almas toreras, pero también de compromiso con la disposición. Por eso, el público de Valencia, que tiene alta dosis de sensibilidad, vibraba hasta el paroxismo cuando el torero de la Puebla del Río se desbordaba ofreciendo ora naturales en los que su figura se fundía con la del toro, ora remates de formas escultóricas, después toreo atemperado, para a continuación salirse andando de forma grácil y torerísima de la cara del toro. Todo ese conjunto, de haber tenido el remate de la suerte suprema, se estaría hablando de un triunfo sonado. No hubo remate, pero sí es bueno dejar constancia de todo lo vivido hasta entonces, porque debe perdurar para que quienes quieren ser toreros se miren en espejos como el de este Morante, que siendo torero como tantos, es distinto. Estos toreros sí que hay que repetirlos aunque no paseen los despojos de los trofeos, porque iluminan el alma de aficionado que tienen quienes acuden a las plazas de toros tarde sí y otra también.

Todavía tuvo más cosas positivas Morante de la Puebla en la tarde de ayer. Fue ante el quinto. El sobrero de Fuente Ymbro. Un toro montado, corto de cuello, brusco en los primeros compases de la lidia, pero al que el sevillano aplicó receta distinta. La de la decisión y la técnica. Cuando cogió la muleta muy pocos daban ni un céntimo por la faena, e incluso se oyeron ciertos reproches. Pero ahí afloró un torero responsabilizado, de ideas muy claras, hasta conseguir que el morito rompiera hacia adelante posibilitando que se viera esa otra cara de torero cuajado. Más temple, más belleza y más torería, que tampoco tuvo el refrendo de la espada. Una pena que se amortigua si se recuerda todo lo vivido. Ante el bien presentado pero flojo castaño que abrió plaza, del hierro de Luis Algarra, sólo pudo estar breve en el trasteo. En conjunto, una bella página la escrita por el ya maestro, joven, pero maestro, José Antonio Morante.

La tarde tenía otro torero que debe servir de espejo para las nuevas generaciones, Julián López «El Juli», pero no fue la de ayer su tarde. El puso voluntad, pero se estrelló ante el lote que sus veedores le reseñaron. En segundo lugar saltó a la arena un toro de El Ventorrilo, justo de presentación, astifino y brusco, que desarrolló genio y ante el que expuso pero no pudo lucirse. Algo parecido le sucedió con el cuarto. Un toro de Jandilla castaño, basto de hechuras que llegó a la muleta con escasas ganas de embestir. Con deseos de poner méritos en el conjunto de su actuación salió El Juli, ante el sexto de Fuente Ymbro. Igualmente un toro de justa presentación que equivocó al propio torero, pues la movilidad que lució en los primeros tercios le invitaron al brindar al público. Fue un espejismo. Porque el toro desarrolló genio y pocas ganas de embestir, por lo que el epílogo tuvo que ser deslucido. La tarde merecía otra cosa.