Así he titulado —parodiando la frase de Ortega— mi texto en el libro que la Universidad Politécnica de Valencia le dedica al profesor y artista que el 18 de octubre cumplirá 69 años de su nacimiento en Alfara del Patriarca. El volumen, de más 216 páginas, formato folio, es el mayor acercamiento que se le ha hecho hasta ahora a Ciriaco: a Ciriaco y su escultura.

Uno, que ya no está tan fuerte, se apoyó en el profesor Juan Ángel Blasco Carrascosa para la realización del trabajo; con la eficaz colaboración de otro profesor, Vicent Joan Marant Mayor, ha llevado a cabo una documentación cabal. Por su parte, Kike Sempere ha realizado un exhaustivo trabajo fotográfico en el que se da cabida a la casi totalidad de la producción escultórica del catedrático.

Mi relación con José Doménech Ciriaco se inicia cuando obtiene el Premio Senyera de Escultura, en 1965, o quizá antes, estudiante de la Escuela de San Carlos. Desde entonces no ha cesado nuestra amistad que, con mayor o menor intensidad, se ha desarrollado a lo largo de más de cuarenta y cinco años.

De joven tenía cierto parecido con Marlon Brando. Poco a poco, fue adquiriendo el aspecto patriarcal que mantiene y que le hubiera permitido superar cualquier casting que buscara al que diera la talla de un discípulo de Cristo, un apóstol que hablara valenciano, que esa es la lengua materna de nuestro personaje y en la que siempre nos entendimos.

Alberga un espíritu rebelde y, quizá por ello, nos entendemos, aunque no coincidamos en algunas cosas. La base de este entendimiento hay que buscarla, como tantas veces, en la sinceridad, en la sinceridad del uno y del otro. En este mundo farisaico, manifestar lo que uno piensa siempre es políticamente incorrecto.

En fin, que en vista de que pasan los meses y nadie dice nada de «Ciriaco Escultor», bueno será —ya que no tuvo presentación alguna— que se presente en esta columna de la inmensa minoría.

«He trabajado mucho y no sé dónde estoy». La frase de Ciriaco encierra todo un misterio. Hay en ella la confirmación de una vivencia actual que es consecuencia de tantas y tantas experiencias. Hay, también algo de inconformismo, ese inconformismo propio del artista, necesario incluso para la justificación de su obra. Y hay, sobre todo, una voluntad de seguir ahí, no se sabe dónde —sólo los necios lo tienen claro—, pero al pie del cañón, dispuesto a enfrentarse cada día con las formas tridimensionales.

La tarea docente es la otra cara del creador. Lo único que siente de la jubilación es cortar el contacto con los jóvenes. Ayer mismo me confesaba: «¿Tú saps el que m’ensenyen els meus alumnes?»