Cada mediodía, las modelos de Valencia Fashion Week se suben a un microbús y toman algún rincón de la ciudad. Posan, se dejan ver, fotografiar, se hacen notar, se exhiben, se reivindican. Les llaman fashion shootings. Un juego de palabras. Shooting —en inglés, disparar— es una palabra polisémica. Disparar fotos. Llamar la atención. La moda en la calle, a la vista de todos. La moda de las plazas, de la primavera valenciana. La moda- manifestación. La protesta silenciosa, el grito mudo. ¿Cómo si no podría la moda, ese universo prescindible, esa feria de vanidades, protestar? De la única y mejor manera que sabe: dejándose ver. A quien corresponda.

Porque ¿cuál es el estado de la moda (léase pasarela) valenciana? El mes pasado, responsables del Instituto Valenciano de Competitividad Empresarial (Ivace), el antiguo Impiva, volvieron a sentar en una mesa a Álex Vidal y a Dolores Cortés, presidentes respectivamente de la Asociación de Diseñadores y de Dimova, que se escindió de la primera y dejó de desfilar en VFW. No hubo reunificación. Ni tampoco subvención. Ni para unos ni para otros (al segregarse los creadores, Industria optó por dividir el dinero).

Así que los diseñadores de Dimova siguieron a lo suyo, y los de Vidal, también. Los segundos siguieron adelante con Valencia Fashion Week, lograron in extremis el «abrigo» y 100.000 euros de la Conselleria de Cultura (María José Catalá asistió anoche, por cierto, al último desfile) con la esperanza de mantener los patrocinadores privados. Cambiaron el formato y tiraron de los creadores de fuera que llamaron a la puerta. Entonces Álex Vidal anunció que sería su última edición como director ejecutivo. ¿El futuro? Incierto. Como cada seis meses.