Ahora que la gran movida fallera ha cesado, es buen momento para acercarnos a la Gran Vía Marqués del Turia y recorrer despacio los tramos en que se aposentan las treinta y cinco casetas de la Feria. Los libros viejos que allí se concentran hablan un doble lenguaje: el de su autor, y el de quienes fueron sus primeros poseedores, que a menudo dejan su rastro en párrafos subrayados, acotaciones al margen; incluso, a veces, su propio nombre y la fecha de adquisición. El libro se enriquece con estos añadidos, a modo de biografía íntima, de interpretación personal reveladora de una visión de quien los leyó antes.

He dado con hallazgos curiosos, apetecibles o sorprendentes a lo largo de asiduas visitas a estas ferias allá donde se celebren o, sencillamente, a esos establecimientos donde, en añejas estanterías de madera o amontonados sobre mesas que crujen, se apilan centenares de volúmenes de gastados lomos y manoseadas páginas, que encierran mundos diversos, bañados en tactos y miradas que los asumieron en un pasado.

Así fuí haciendo acopio de todos, o casi todos, los tomos de la entrañable Colección Austral que recogen los artículos del gran Julio Camba que ahora se reedita bastante y más recopilacones de otros periodistas, como Mariano de Cavia o el variopinto Ángel Zúñiga. Dí con un enjudioso ensayo de Américo Castro sobre Teresa de Jesús, y con cosas más ligeras, como las entretenidas Memorias de un sombrerero, de Manuel Padilla, o a autobiografía del cineasta Vincent Minnelli, que relata la génesis de sus célebres musicales. También, antologías de notables cuentistas: García Pavón, Medardo Fraile, Francisco Ayala, Dorothy Parker. Y los incisivos Retratos, de Jean Cocteau. Y tantos más. Aunque el principal descubrimiento que constituye una de las joyas de mi biblioteca merece un comentario aparte, que probablemente le dedique en otra ocasión, por su excepcionalidad. Es un placer husmear en las casetas entre las filas de libros, pese a que haya que esforzarse por separarlos mínimamente unos de otros; tan apilados están. Y, de pronto, hallar aquel que se andaba persiguiendo. O ni siquiera se buscaba, pero genera un inesperado «flechazo» jubiloso.

Aprovechar hasta el domingo los cuatro días que todavía restan a la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, créanlo, vale la pena.