Este comentario llega en uno de los días festivos más seguidos y a la vez intrascendentes del año, más que nada porque su llegada está muy matizada por las vacaciones del mes de agosto, que quitan mucho hierro a la Asunción. En este ambiente lúdico quiero proponerles un «meteoviaje» a las entrañas de un coloso: el Peñagolosa. Imagino que habrán oído hablar de este gigante de piedra de 1.813 metros, el segundo pico más alto de la Comunitat Valenciana, tras el Cerro Calderón, y para mí el que más encanto guarda. Probablemente porque es una auténtica lanzadera de nubes de tormenta, cogiendo el testigo del Maestrazgo turolense, y eso me encandila.

Solo con imaginar las carreteras serpenteantes y los puertos de montaña previos a Vistabella del Maestrazgo o Chodos, entre una vegetación creciente de pino negral y albar, noto mariposas en la barriga. Si accedemos al paraje desde Vistabella con el coche o la bicicleta antes pasaremos por el Pla, un hito geológico que ahora acoge el cultivo de patatas, cereales o trufas, pero que antaño era un lago. Este macizo kárstico, o poljé, traza un gran valle al oeste del núcleo urbano que se rompe poco antes de llegar al Peñagolosa, dibujando un degradado de árboles cada vez más apiñados. Al llegar al Santuario de San Juan del Penyagolosa el entorno es brutal. Verde a rabiar.

En el Parque Natural del Peñagolosa se estima que caen entre 700 y 800 litros por metro cuadrado de lluvia anuales, casi el doble de los que recoge la ciudad de València, por ejemplo. Allí los frentes atlánticos aún llegan vivos, los temporales otoñales de cariz mediterráneo también, pero las tormentas tienen el cetro. Gracias a ellas este rincón no tiene estación seca. En verano, la orografía y la convergencia de vientos provocan el desarrollo de grandes cumulonimbos. Concretamente, según la AEMET se registra una media de 30 chaparrones tormentosos al año que derivan en una densidad de rayos, también anual, de 6 descargas por kilómetro cuadrado. Este rincón, formando tándem con Cantavieja, Valdelinares o Vilafranca, no tiene rival en nuestro país en lo que a tormentas se refiere.

Salir a la caza del gigante nunca defrauda. Por sus nubes, los bosques, la historia y sus temperaturas benévolas en esta época del año. Desde que empezó el verano solo dos días han deparado máximas superiores a los 30 ºC en el observatorio de la AVAMET (avamet.org) allí emplazado, a algo menos de 1.300 metros de altitud. Allí nos vemos.