Coincidía el inicio del confinamiento con un importante cambio de tiempo en el litoral mediterráneo. Las altas presiones se desplazaron a la zona de Escandinavia, lo que ayudó a que los descuelgues de aire frío y las bajas circularan bastante al sur, lo que se ha traducido en semanas de viento de levante, fresco, muchas nubes, lluvias y pocas horas de sol. De hecho, en muchas regiones del centro y del norte del continente han tenido más horas de sol en el último mes que ciudades españolas situadas a orillas del Mediterráneo. Y en cuanto a las lluvias, otro tanto de lo mismo. Los bulos que corren en estos tiempos tan complicados e insólitos por la pandemia del COVID-19 han llegado también a la meteorología, y muchas personas afirman que el descenso de la contaminación (que siempre es positivo) ha sido la causa de este tiempo que hemos tenido en las últimas semanas. Una afirmación que es una barbaridad. El poniente volverá en las próximas horas, y puede que en unos días alcancemos los 30ºC en algunas zonas del sur y del este. Hablando de las ponentàs, a las que no les tenemos mucho aprecio por aquí, hay un aspecto que resulta interesante relacionado con el COVID-19, y que tendremos más claro en unos meses o años. La persistencia del viento de poniente dejó temperaturas mucho más altas de lo habitual en febrero y quincena de marzo en todo el país, cuando el virus ya circulaba por España. En mi zona (Costa Blanca) y en muchas otras tuvimos temperaturas más propias de abril o mayo. Muchos días superamos los 20ºC, la calidad del aire fue excelente (incluso mejor que ahora en algunos observatorios de la Comunitat Valenciana) y mucha gente se lanzó al aire libre. Todavía es pronto para afirmar nada, pero puede que algo influyera en la propagación más lenta del virus en el sureste peninsular.