26 de septiembre de 1962. No habían pasado ni 24 horas del inicio la riada de Terrassa. Del desastre natural más grave de la historia de España y el mayor de Europa desde los terremotos de Lisboa en 1755De la catástrofe que dejó más de 1.000 víctimas entre muertos y desaparecidos en este municipio barcelonés. No habían pasado ni 24 horas, cuando se empezaron a recibir solicitudes para adoptar a los niños afectados.

Llegaban de todas partes de España. Una misiva desde Madrid pidiendo niños de menos de 5 años. Otra desde Galicia, solicitando críos de cualquier edad. Otra incluso desde Milán, reclamando niñas mayores de 12 años para ser acogidas en calidad de "sirvientas" (tal y como figura en el escrito). Y así, un número incontable de peticiones relativas a menores desamparados.

¿Hubo robo de niños durante la riada del 25 de septiembre de 1962 en Terrassa? Esta hipótesis siempre circuló entre los egarenses. Más como leyenda urbana que como denuncia, al no existir hechos probados. Ahora, un documental dirigido por una actriz obsesionada con este tema, ha dado respuestas a muchas de las incógnitas que hasta hoy, el día que se cumplen 60 años de la tragedia, han permanecido sin contestar.

Del teatro a la pantalla

El filme se llama “Los niños de la riada” y acaba de ser estrenado en TV3, previo estreno un día antes en un abarrotado Cinema Catalunya de Terrassa. La directora es Esther Lázaro, que debuta así en la dirección audiovisual. Esta investigadora tiene una compañía teatral y desarrolló una obra de teatro que fue la que le puso sobre la pista del tema.

“Empecé a interesarme por este asunto cuando encontré algunas de aquellas cartas de petición de niños y niñas”, revela Lázaro a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, diario que pertenece al grupo Prensa Ibérica al igual que este medio, tras el preestreno de la obra. Pero en aquel momento se encontraba elaborando su tesis doctoral y dejó la investigación apartada. A su conclusión, volvió a interesarse por aquellos escritos y regresó sobre sus pasos.

“Volví al archivo, pedí la documentación, vi que el número de cartas era mayor del que creía, pero constaté que, documentalmente, no había pruebas de las que sacar conclusiones. Así que entonces decidí que debía dar a conocer el caso y, sobre todo, intentar encontrar testimonios que me permitieran avanzar en la investigación, e hice una obra de teatro”, prosigue.

Imagen de una de las calles de Terrassa tras el paso de la riada de 1962. JAUME ALTIMIRA

Al conocer su trabajo, la directora del programa de TV3 Sense Ficció, Montse Armengou, se puso en contacto con ella y fue la que le sugirió la idea de convertir toda aquella investigación en este documental que ha removido la conciencia colectiva de los terrasenses.

La mayor tragedia

Los hechos a los que se refiere tuvieron lugar la noche del 25 de septiembre de 1962 en la comarca del Vallés Occidental (Barcelona). Tras un largo verano de sequía, a primera hora de la noche se abrió el cielo provocando unas lluvias torrenciales. En aquella época se habían construido numerosas viviendas e infraviviendas en lo que era el cauce seco de un torrente en las afueras de Terrassa. Una zona atravesada por varios puentes y sin ningún tipo de mantenimiento, lo que hizo que se acumulasen numerosos objetos voluminosos bajo dichas estructuras. Árboles, matorrales, basuras, piedras…

Todo aquel material provocó un atasco bajo alguno de los puentes, generando una presa improvisada. La virulencia de la lluvia y del torrente que bajaba hizo que, finalmente, aquel dique reventase. Aquello provocó una explosión que trajo detrás un caudal de agua totalmente descontrolado. La riada arrasó centenares de viviendas, llevándose a su paso inmuebles, árboles, coches y personas. Todavía ostenta el dudoso honor de ser la mayor tragedia hidrológica de la historia de nuestro país.

Las cifras oficiales que dio el régimen franquista hablaban de algo más de 300 muertos. Conteos posteriores sitúan el número en 617 fallecidos. Pero existe un consenso entre las personas que investigaron aquella catástrofe natural: la cifra era significativamente superior. En aquella zona, poblada especialmente por emigrantes llegados del sur de España, residía mucha gente que no estaba empadronada y que incluso no tenía ni documentos de identidad. Eran otros tiempos.

“Se habla de aproximadamente mil víctimas, entre muertos y desaparecidos. Pero los recuentos no son fiables en tanto que muchas de las personas no estaban censadas, vivían varias familias en una misma casa porque algunas de ellas estaban de paso, muchos cuerpos llegaron hasta el mar y no se recuperaron nunca…”, apunta la directora a este diario.

30% de niños

De aquel millar de personas afectadas, se estima que el 30% eran menores de 14 años. Fueron muchos los niños que perecieron ahogados en el río. O que fueron rescatados durante su agónico viaje. O que, milagrosamente, llegaron con vida a la ciudad vecina de Rubí. O que, y de esto va el documental, desaparecieron para siempre. No se encontraron sus cuerpos jamás. Ni vivos, ni muertos.

¿Dónde están esos niños? Si hasta las cifras totales de víctimas bailan, en lo relativo a los niños es mucho peor. “En el caso de menores desaparecidos hay todavía menos fiabilidad, porque nadie lo ha contabilizado. Hay denuncias de desaparición de menores, pero la mayoría de gente que perdió niños y niñas no lo denunciaron porque los dieron por muertos y no se les ocurrió en ese momento reclamarlos. Así que, aunque contáramos las denuncias de desaparecidos, sospecho que nos quedaríamos muy cortos en cuanto a cifras”, resume la directora.

Esther Lázaro (dcha.), durante una de las entrevistas que aparece en el documental. EPE

Sí que hay, no obstante, algunos casos que han quedado demostrados. Como el de una niña que fue rescatada en Rubí y acabó adoptada por una familia alemana. Ahí se le pierde el rastro. Es la única contrastada y está envuelta de cierta polémica, porque dos supuestos familiares españoles la buscaron y teóricamente dieron con ella. Pero la familia alemana alegó que lo que habían adoptado ellos era un varón.

No es el único caso. Para Lázaro, el caso más controvertido “y más claro de mala praxis con menores es el de la niñas del barrio de Les Fonts: dos hermanas, Carmen y Teresa Herrera Ruiz, a las que alguien recoge con un coche esa misma noche, un Seat blanco, y luego nadie las vuelve a ver. Esas niñas tenían a sus padres vivos que las estaban buscando y claramente no se las llevó el río, así que debieron terminar, probablemente, con alguna familia”.

60 años de miedo

Son varios los casos sospechosos de robos de niños que aparecen en el documental. Pero, entre el tiempo que ha pasado, la superficial investigación que hizo el gobierno franquista en su momento, el material perdido por el camino y el miedo de las familias a reclamar, todos han quedado en el limbo.

¿Miedo? ¿60 años después? La directora hace hincapié en este punto: “El silencio es lo que más me llama la atención. Por un lado, por el miedo a hablar de quienes lo vivieron en primera persona. Todavía temen que si preguntan o buscan haya represalias. Y eso para mí es un signo de que las instituciones democráticas no han hecho bien su trabajo, porque estas familias se sintieron desamparadas entonces, y siguen igual. También está el hecho de que estamos hablando de crímenes del franquismo que afectan a personas que muy probablemente deben estar vivas, porque estos "niños/as" tendrán ahora entre 60-70 años”.

Aquella tragedia dejó un estigma que aún no se ha superado en la comarca. Muchos de los niños que nacieron en aquella época eran hijos de afectados que habían perdido a algún menor en la tragedia. Niños que, de algún modo, vinieron a sustituir a sus hermanos muertos. Y con ello han tenido que convivir toda su vida.

Pero más allá de los traumas individuales y colectivos que generó la riada, aún planea la sombra del tráfico de menores. Y este documental pone negro sobre blanco a algunos de los casos más sangrantes. Nadie quiere dar el paso, porque como dice Manuela, una de las testimonios del filme, “yo sólo querría saber si mi hijo está vivo; yo no quiero meterme en la vida de esa persona si está viva”.

Un paso delicado. Por el tiempo transcurrido, por falta de pruebas y por el posible desinterés de los niños afectados, que a buen seguro rehicieron su vida ajenos a aquel trauma. Pero la sensación que flota en el ambiente (y ahora más que nunca) es la misma que le ha quedado a la directora: “Sólo es la sensación, porque pruebas contundentes no tenemos (de momento). Pero sí, yo creo que los numerosos indicios, sumado al contexto socio-político e histórico del momento y al tráfico de niños institucionalizado que ya había, me dejan con la sensación de que pudo haber tráfico de menores a raíz de esa tragedia”.