David Pamies. Pilar de la Horadada.

No le gustaba a Laura que le contaran la vida los demás. Ni pasar sus páginas en libros de texto. Los cambió pronto por un trabajo a temporadas en un bar del pueblo. Sabía ya de esfuerzos y de trabajos por su familia, llegados a Pilar de la Horadada desde Jaén allá por los años setenta, atraídos por la emprendedora cooperativa agrícola local. Estaba en paro Laura. Era el mes de abril y había dado ya por concluida una relación sentimental con un joven ecuatoriano tras unos meses de convivencia. Empezaba a ilusionarse con otro chico mientras buscaba de nuevo trabajo. Tenía 18 años y una mirada inmensa. Como sus ojos.

A él lo describen unas iniciales, Amable Danilo B., 30 años y un trabajo en una empresa de carpintería metálica del polígono de la Cañada de Praes, muy cerca del embalse donde aparecería el cuerpo inerte de Laura.

Era diez de abril y se iba a encontrar con su ex pareja. De por medio, una detención con denuncia por malos tratos interpuesta en diciembre, y una orden judicial de alejamiento invalidada con posterioridad cuando la joven retiró la denuncia. Quería terminar «como amigos». Alguien contaría después que él «le pegaba», y que «se aprovechó» porque ella «no decía nada». La insistencia de él devino en acoso y en tormento. Las disputas, en violencia. Hay quien lo recuerda como un hombre «peligroso». En realidad llegaron a ser tres las denuncias .

Nadie volvió a ver a Laura en Pilar de la Horadada. A su ex novio tampoco, aunque éste acabaría siendo detenido en el cercano municipio de Torre Pacheco.

Doce días de incertidumbre

Doce días duró la incertidumbre para su familia y sus amigos. A los seis de su desaparición, la preocupación se convirtió en denuncia ante la Guardia Civil. Una incertidumbre anónima al principio pero de la que poco a poco fueron participando más y más pilareños. Vecinos y conocidos de Laura Jiménez. Esa chica que vivía cerca del Ayuntamiento con su abuela y un primo, en la calle Escultor Rivera. Después llegarían el dolor y la rabia. Por ese orden.

Era abril todavía, veintiuno. Aún temprano. En el paraje de Los García alguien empieza su jornada en el campo con un sobresalto. El nivel del agua de la balsa ha bajado diez metros en pocos días, y en el borde se aprecia un bulto extraño. De cerca es un cuerpo sin vida. Una mujer joven. Mucho empeño demostraron en hacerlo desaparecer. La balsa estaba vallada y cerrada por una cerca metálica de casi dos metros de altura.

A la conmoción inicial en el pueblo por el trágico hallazgo, le siguieron el estupor y la consternación cuando unos tatuajes vinieron a confirmar la identidad del cuerpo.

Tenía 18 años y un cuerpo liviano que ataron de pies y manos. Colgaron pesas de su cintura. Querían también dejar a Laura en el olvido.

Doscientos vecinos muestran su dolor y rechazo por la muerte de Laura Jiménez. Era uno de los titulares de aquellos días. El alcalde, la corporación municipal, vecinos de Pilar. Todos con la familia y los amigos más cercanos. Concentraciones ante el ayuntamiento, manifiestos institucionales de condena. Los medios de comunicación invadieron el municipio. Se desplazan unidades móviles que apenas encuentran aparcamiento y comienza a girar el tiovivo mediático en torno al tanatorio y a los avances de una investigación policial centrada en en el ex novio de la joven, en paradero desconocido. Permanecerían allí hasta el sepelio. Alguien puso una foto de Laura sobre el féretro. A tiempo para las últimas conexiones en directo desde las principales cadenas. Luego, abandonarían Pilar de la Horadada. Igual que habían llegado. Y Pilar quedó como estaba. Más o menos.

«Cada día es más duro»

Días después era detenido el ex compañero sentimental de Laura. Había sido su pareja y, jugadas del destino, se llamaba Amable. Había una orden de búsqueda internacional. No hizo falta. Estaba en Torre Pacheco (Murcia), con unos conocidos. Hubo dos arrestos más.

«Le estorbaba». Esa es la justificación que aparece en el sumario de la investigación, asegura entre sollozos Mari Cruz Jiménez, la tía de Laura que hubo de erigirse en portavoz de la familia. «Como un sueño» del que ahora despierta «y que cada día es más duro. La echamos mucho de menos. Aunque esté 30 años en la cárcel da igual. No hay vuelta atrás», se duele.

En pocos días habría cumplido los 19 años. Junto a la vida, pendiente le quedaron a Laura una fiesta de cumpleaños y la palabra Justicia, que aún espera.