Tácticas bélicas aplicadas al crimen. Los mafiosos serbios responsables del magnicidio de Zoran Djindjic detenidos la semana pasada en Valencia mantenían una férrea disciplina que les ha permitido burlar a las policías de media Europa durante años. Su suerte acabó el jueves. Un día antes los policías del grupo de Atracos de la UDEV Central habían detectado un viaje de uno de ellos, Vladimir Mijanovic, desde Las Palmas de Gran Canaria a Madrid.

Decidieron probar suerte. Lo siguieron desde que bajó el avión, vieron cómo cogía un taxi, comía en el Hard Rock Café de Madrid, frente al Ministerio del Interior, y luego le pisaron discretamente los talones mientras viajaba con rumbo desconocido en un taxi. El destino era Valencia. Ahí empezaron a barruntar que la reunión era importante y que, con un poco de suerte, los llevaría hasta la guarida de uno de los criminales serbios más buscados desde el final de la guerra de los Balcanes: el escurridizo Luka Bojovic.

Primero acudió al nido de Sinisa Petric, un sicario del Clan Zanum que llevaba más de un año viviendo en un modesto piso de la calle de San Vicente Mártir. Salieron y tomaron otro taxi —jamás utilizaban vehículo propio como medida de seguridad— a un lugar desconocido hasta entonces para los investigadores: el número 3 de la calle Nino Bravo. Allí, en el noveno piso del edificio Politaria residía, como un lobo solitario, Luka Bojovic. Compartía casa con él, aunque de manera intermitente, Vladimir Milisavlevic.

El hombre del gorro calado

Los cuatro durmieron esa noche en esa vivienda de lujo. Los agentes de la UDEV central empezaron a soñar. A las 15.30 horas del jueves, salieron, como siempre, de uno en uno. Primero Mijanovic y Petric. Luego, un tipo con un gorro calado y gafas de sol. Cometió un solo error: sus orejas quedaban al aire y los policías reconocieron por su forma las de Luka Bojovic. El último en salir fue Milisavlevic. Tomaron tres taxis diferentes y fueron a comer a un lugar habitual en ellos, la Taberna de La Paz, en la calle del Marqués de Dos Aguas. Cuando ya estaban terminando su generosa comida, el responsable policial de la «Operación Zoológico» —debe el nombre a que el padre de Luka fue director del zoo de Belgrado— se sentó en una mesa próxima a ellos.

El convencimiento de que se trataba del escurridizo Bojovic era casi pleno, pero había una mínima duda, la lógica ante el riesgo de poner en peligro una investigación de veinte meses. Estaban tomando una copa, hablando relajados. El policía se la jugó: «¡Luka, levántate!». Bojovic se giró, enfrentó la mirada del agente y se envaró. Se puso en pie y gritó algo en serbio a sus hombres. Todos le imitaron. En ese momento, cayeron sobre ellos ocho agentes que no les dieron pie ni a abrir la boca. En un abrir y cerrar de ojos, los inmovilizaron y los esposaron. Era el brillante colofón a una dura y paciente investigación policial.

Desde su detención, ninguno de los cuatro ha accedido a comer ni a beber. Temen que se les administre a traición pentotal, el suero de la verdad, y que les hagan confesar el rosario de crímenes que han ido dejando tras de sí. La policía española no utiliza esos métodos. Los excombatientes balcánicos, sí.

El Politaria, cuartel general

El grupo de Atracos tenía el pálpito de que Bojovic estaba oculto en España. Policías de otros países lo situaban en Italia e incluso en Suramérica, pero algo les decía que estaba aquí, cerca de su mujer y de sus hijos, que residían, con sus nombres reales y perfectamente integrados, en La Cala de Finestrat, en la Marina Baixa. «Si se reunió con ellos, desde luego no ha sido en nuestra presencia», confiesa uno de los agentes protagonistas en la «Operación Zoológico».

Durante las cinco largas horas de registro en el piso del Politaria, los policías encontraron las pruebas de lo que ya barruntaban: Bojovic había estado dirigiendo el clan mafioso desde su retiro valenciano. Así lo acreditan los 557.000 euros en efectivo, repartidos en abultados fajos —alguno de ellos de billetes de 500— en bolsas, cajones y armarios. La policía está convencida de que es dinero del narcotráfico. A Bojovic se le supone el cabecilla de una red internacional que importa contenedores de cocaína desde Suramérica hasta Holanda. Posiblemente también a España.

Además, se les cree autores de varios atracos a joyerías. En el piso, la policía recuperó 9 pistolas —todas ellas Glock y Beretta, dos de las mejores marcas en armas de fuego cortas—, tres subfusiles Scorpio —comunes en la Guerra de los Balcanes—, cinco silenciadores, inhibidores de alarmas y detectores de micros de última generación, así como abundante munición. Todo listo para ser utilizado a la voz de ya.

Ahora, al menos Bojovic, su lugarteniente Milisavlevic y Petric esperan a que se resuelva su extradición a Serbia. Al primero se le acusa de ordenar el asesinato del primer ministro Zoran Djidjic en marzo de 2003, el segundo está condenado a 40 años como autor material de ese crimen y el tercero es buscado para que acabe de cumplir la pena a 15 años impuesta por el exterminio a sangre fría de una familia completa.