El 12 de septiembre de 2017, el subinspector de la Policía Nacional Blas Gámez y uno de los mejores investigadores de Homicidios con que ha contado la ciudad de València moría acuchillado por un psicópata sueco que solo unas horas antes había descuartizado en su casa a un desconocido durante una cita sexual. Blas investigaba el asesinato y, junto a un compañero de Homicidios, esperaba los resultados de unas pruebas en el portal del sospechoso cuando aún casi ni lo era. Ese compañero, con 37 años en ese momento y 12 de profesión, actuó de manera eficaz y brillante: en décimas de segundo identificó el ataque a Blas -que no tuvo oportunidad de defensa- como letal, extrajo su pistola del cinturón (ambos iban de paisano), quitó el seguro, la montó y disparó siete veces. Todas las balas impactaron en el cuerpo del atacante a pesar de que estaba literalmente pegado al de su compañero, que no recibió ni un proyectil. No pudo salvar a Blas (la primera cuchillada, totalmente sorpresiva, ya era mortífera), pero eliminó un riesgo seguro. Para sí mismo, para el resto de compañeros cuando se enfrentasen a él y para futuras víctimas.

Situaciones como esta son, por fortuna, muy inusuales en la Comunitat Valenciana. Y en España. Tanto como lo fue la reacción del investigador de Homicidios que abatió al asesino de Blas, sobre todo, si se tiene en cuenta que «ningún policía recibe entrenamiento de combate en España. Nos enfrentamos a episodios de violencia extrema con mucha frecuencia y nadie nos entrena para afrontarla con eficacia». Quien habla es Casimiro Villegas, policía local de Sevilla que, a fuerza de sufrirlo en sus carnes, se ha convertido en experto en intervenciones en situación crítica y que participará este jueves en València en la jornada sobre el «Tridente predatorio policial».

Villegas, uno de los fundadores de la plataforma Zero Suicidio Policial, colectivo que organiza el encuentro junto con el sindicato SPPLB, explica el tridente predatorio como las tres patas del banco que hacen que la policial sea «una profesión de riesgo sometida a presiones con altas cargas de estrés».

Y a ello ayudan esas intervenciones armadas en espacios urbanos, en situaciones muy violentas, ya sea física o psicológicamente, las lesiones discapacitantes, la escasa prevención de los riesgos laborales y, en definitiva, el suicidio.

En estos primeros nueve meses del año, han sido 26 los agentes que se han quitado la vida. Dos, en la Comunitat Valenciana: en marzo, fue en un municipio de València un inspector jefe de la Policía Nacional que había desarrollado buena parte de su carrera profesional en Homicidios, y en agosto, otro policía nacional, en Elx.

Sólo en estos últimos 15 días, han sido seis los policías nacionales que se han quitado la vida. Es el colectivo policial español con mayor tasa de suicidios. Y, aún así, nadie los ha dotado de un protocolo de prevención para prevenir la muerte voluntaria. Sólo la Guardia Civil dispone de protocolo -desde su puesta en marcha, los suicidios han descendido considerablemente en ese cuerpo-, por lo que una de las reivindicaciones de la jornada de mañana será la creación de ese protocolo desde el Ministerio del Interior, «como tienen todas las policías de países europeos avanzados», reclama Villegas.

Uno de los escollos, como bien recuerda el psicólogo especializado en esta materia Fernando Pérez Pacho, técnico de Zero Suicidio Policial, es que «el suicidio continúa siendo un tabú». Sólo así se explica que apenas se hable de una muerte violenta con 3.700 víctimas al año, «el doble de lo que generan los accidentes de tráfico y 42 veces más que las causadas en homicidios», recuerda Villegas.

Pérez Pacho sostiene que el colectivo policial está especialmente expuesto a los suicidios, en buena medida, por ese «silencio, que no es nada terapéutico». La ideación suicida tiene dos factores desencadenantes que se dan siempre: «Un intenso dolor emocional y la creencia de que no hay solución, de que se es una carga».

Pero, ¿por qué lo policías se quitan la vida más que otros profesionales? «Porque, una vez reunidos los dos factores básicos, se le suman otros específicos: la desensibilización de la muerte y el dolor, porque ven mucha miseria, se topan muchas veces en su trabajo con cadáveres; porque su trabajo genera muchísimo más estrés que otros, que si no tienen posibilidades de amortiguar en el entorno personal, familiar o social, se enquista; y porque tienen una herramienta eficaz a mano, la pistola, un objeto al que los demás le tenemos muchísimo respeto pero que para ellos es algo cotidiano».

E insiste: «Siempre hay señales previas, y ahí debemos incidir, en enseñar a los policías a detectarlas: cambios de comportamiento, en el aspecto físico (más descuidado), donación de objetos personales normalmente queridos, verbalización de ideas negativas y que evocan el suicidio (como el soy una carga, no valgo para nada, sería mejor no estar...). Ese es el primer paso de un camino que se barrunta muy largo.