Su patera no es una endeble embarcación de madera o plástico de poco calado, sino enormes buques y mastodónticos cargueros que les dan una falsa sensación de seguridad a la hora de afrontar su viaje en busca del sueño europeo, escapando de la pobreza, el hambre y los conflictos armados. Pero los peligros de viajar sin pasaje, ocultos en un contenedor, la bodega o cualquier recoveco sin ventilación están ahí. Pese al riesgo de morir en el intento y las pocas posibilidades de éxito, cada año una media de entre 12 y 15 personas, según fuentes de la Guardia Civil, trata de llegar a España como polizones en alguna embarcación con destino al puerto de València.

No son muchos, «casos puntuales» sostienen tanto desde el Instituto Armado, que cuenta con el Equipo de Atención al Inmigrante (EDATI) en Alicante, como fuentes de Cruz Roja, organismo que a través de los Equipos de Respuesta Inmediata de Emergencia (ERIE) de atención humanitaria a personas recién llegadas a costa, que los atienden al igual que si se tratara de un inmigrante llegado en patera con todas las garantías sanitarias. No obstante, la cifra podría ser mucho mayor si contamos a aquellos que ni siquiera consiguen llegar a tierra firme y son arrojados en alta mar tras ser descubiertos por la tripulación de barcos de determinadas banderas que, incumpliendo las leyes marítimas y cualquier atisbo de humanidad, optan por deshacerse de los polizones sin dar parte de su presencia con tal de evitar retrasos, gastos y una posible sanción.

Cuatro sueños truncados

En las últimas semanas, este drama humano fruto de la desesperación de aquellos que tratan de abandonar su país a toda costa en busca de un futuro mejor, y de las mafias que se aprovechan de ello, se ha cobrado la vida de cuatro personas en València. Dos jóvenes, todavía sin identificar, que murieron ahogados el pasado 7 de agosto cuando se lanzaron al agua al llegar al puerto valenciano tratando de evitar su repatriación. Y otros dos hombres de origen argelino que fenecieron deshidratados una semana después tras permanecer encerrados en un container sin ventilación y a más de 40 grados de temperatura que se alcanzaron durante varias horas de su travesía infernal.

«Al salir el sol, el contenedor se convirtió en un horno», relataron los tres compatriotas que viajaban con ellos y lograron sobrevivir a las altas temperaturas y la escasez de oxígeno en el pequeño habitáculo de metal de unos 30 metros cuadrados a bordo del buque Sad Good Timing, con bandera liberiana. «Solo teníamos una botella de un litro de agua para cada uno», explicaron antes de ser repatriados de nuevo a Argelia sin llegar a bajar del barco y después de que Cruz Roja les atendiera y les repartiera agua y mantas.

Los supervivientes, que fueron interrogados por la policía judicial de la Guardia Civil de Alfafar, encargada de la investigación de las muertes, aseguran que se colaron en el contenedor sin la ayuda de nadie y sin pagar ningún dinero, aunque los investigadores dudan de su relato. Así, según su versión, entraron en uno de los contenedores vacíos que iban en la parte superior de la embarcación, cuando ya estaba cargado, la noche del jueves. A media noche del día siguiente, cuando se encontraban a unas millas de la costa valenciana, se percataron de que sus dos compañeros no respiraban y trataron de salir del container, pero éste estaba precintado. Temiendo por sus vidas y sin saber todavía si había posibilidad de salvar a sus otros dos compatriotas, comenzaron a dar golpes y a gritar para alertar a la tripulación. Uno de ellos incluso llamó por teléfono a un familiar residente en València, quien se presentó en el juzgado de guardia informando de lo ocurrido.

El capitán del barco, que debe velar por el buen estado de salud de cualquier polizón que sea localizado en su navío, ya había avisado a Capitanía Marítima de València alertando de la presencia de cinco polizones y posteriormente confirmando el fallecimiento de dos de ellos. Sus muertes se sumaban a las de los dos jóvenes ahogados una semana antes que viajaban en el buque Leto, también con bandera liberiana, y que presumiblemente habrían embarcado como polizones en Costa de Marfil.

Dos de los supervivientes del Sad Good Timing reconocieron que no era la primera vez que intentaban huir de su país como polizones, pero habían sido detenidos por las autoridades argelinas. Uno de ellos incluso logró llegar a España en una ocasión anterior, pero fue localizado y expulsado antes de abandonar el barco. Para el tercer superviviente era la primera vez que trataba de salir de su país de forma ilegal.

Solicitan asilo y alegan ser menores

Muy pocas veces estas personas logran su objetivo. Es habitual que soliciten asilo político al llegar a València o que traten de alegar que son menores de edad, pese a que las pruebas de determinación de la edad ósea en la mayoría de casos demuestren lo contrario, como ocurrió en noviembre de 2015 cuando cuatro polizones procedentes de Ghana llegaron ocultos en un barco con bandera de Malta. Los dos que aseguraron ser menores resultaron ser también adultos.

El último polizón en conseguir la ansiada meta de quedarse en territorio español fue un ciudadano menor de 30 años procedente de Tanzania que hace dos meses llegó en un barco chino con destino a EE UU que hizo escala en el puerto valenciano. Tras solicitar el asilo y permanecer aislado 24 horas como medida preventiva por la covid-19, las autoridades lo dejaron en libertad. Es la excepción en un mar que deja más sueños ahogados de los que se cree al otro lado del Mediterráneo.