No hay nada mejor que una buena historia, empieza Tyrion su discurso sobre quién debe ser el nuevo rey de Poniente. Y no siga leyendo si no ha visto el último episodio. Para el pequeño de los Lannister es Brandon Stark quien tiene la mejor historia porque es el archivo de la de todos. Como también conoce el futuro, sabía que él acabaría reinando en una monarquía no hereditaria sino elegida en asamblea de nobles, como en los cónclaves cardenalicios para elegir Papa, rechazada con burlas la propuesta democrática de Sam de que votaran todos los ciudadanos.

Los lectores de los libros de George R. R. Martin apostaban por Bran, cuyo papel en las miles de páginas de la saga debe quedar bastante más claro que en la pantalla. Desde que regresó a Invernalia, sus dos únicas aportaciones a la trama han sido escoger su posición como cebo para el Rey de la Noche y persuadir a Sam para que desvelara a Jon quién es en realidad. Bran nos había hecho creer que estaba tan a gusto siendo el Cuervo de Tres Ojos. Ya no soy Brandon Stark, llegó a decir.

El secreto del nacimiento de Jon Snow ya no importa y Tyrion deja de considerarle como el mejor rey posible por matar a Daenerys, tras habérselo pedido él mismo en una conversación clave en la que se habla de deber y amor. El deber es la muerte del amor. Ese deber que acaba con su segundo amor muerta entre los brazos, donde también dejó de respirar Ygritte. La cuchillada de Jon desdibuja a Arya, la profecía y su caballo blanco. Ni mata a Cersei ni a Daenerys.

Drogon perdona la vida a Jon y, más listo que un delfín, derrite el Trono de Hierro, el símbolo de la desmesurada ambición por el poder, verdadero culpable de la muerte de la Targaryen. Tras la espectacular escena, una elipsis imposible nos escamotea la supuesta confesión de Jon y cómo consigue librarse de que Gusano Gris, que piensa bastante menos que el dragón, no le mate en el acto. En esos momentos invisibles tendría que haberse descubierto que Jon es el heredero legítimo. Saber quién es solo ha servido para destrozar su relación con Danny y carbonizar a Varys. Además de ser Aegon Targaryen, Jon ha puesto fin a la temible dictadura que parecía llegar con Daenerys.

No encaja que Tyrion no utilice su labia para defender a Jon, o incluso a Sansa. En mi apuesta por la pelirroja no fallé del todo porque al fin es reina, la Reina del Norte, que será independiente; también acerté con Jon, al que mandan a la Guardia de la Noche, con Fantasma. Arya se marcha a ver mundo. Los Stark cierran el círculo en un bello montaje paralelo con Sansa avanzando hacia el trono, Jon cabalgando más allá del muro y Arya navegando en el océano. La manada sobrevive y el pequeño Stark ha sido el jugador más hábil y pelín tramposo, por cortesía de David Benioff y D. B. Weiss, quienes han dirigido juntos este último episodio que no ha estado a la altura de la serie en su conjunto, demasiado complaciente, todos felices sin las rubias.

El Gran Maestre Tarly, Bron de Alto Jardín, Brianna y Davos son los nuevos consejeros del reino bajo los designios de La Mano, siempre Tyrion. Discuten en una Fortaleza Roja en demasiado buen estado sobre si es más conveniente reabrir burdeles o construir navíos, como si nada hubiera pasado. Porque la vida continua y nosotros seguiremos sin «Juego de Tronos». Otras historias vendrán. Ha sido un placer compartir esta.