No debe ser fácil estar expuesto al veredicto social en cada paso que se da cuando la que camina es una diva. Es como tener una vecina cotilla del cuarto, pero multiplicada por cientos de millones de amantes y haters, que aplauden y abuchean a su antojo ante cualquier gesto, movimiento o letra de canción. El público y los espectadores somos así, nos creemos con el derecho de arrojar contra el personaje la bilis que, en diferentes medidas, todos llevamos dentro. Juicios gratuitos, a granel, a veces de efecto catártico, contra ese personaje que presuponemos intocable y hacia quien disparamos balas verbales que jamás se nos ocurriría lanzar a la diana famosa si la tuviésemos en una distancia corta. Es una práctica cobarde alimentada por el prejuicio y también peaje de la fama, lo compruebo en la fina piel de Taylor Swift que acaba de estrenar documental en Netflix. Este tipo de cintas que muestran la vida de las estrellas suelen mostrar los tópicos que les rodean, masas de fans, la soledad de la fría habitación del hotel cuando las luces del clamor se apagan, comida rápida en el epicentro del glamur?

Todo esto también se halla en «Miss Americana» de la cantante global con todo el brilli brilli que conlleva serlo, pero además la chica se moja en forma de confesiones que lejos quedan de la perfección ansiada por una industria y masa que, cuando engulle, provoca terror al fracaso ante la exigencia, ansiedades, abusos y trastornos alimenticios. Lo cuenta ella, cuya vida parece un envidiable sueño hecho realidad, pero en la pesadilla encuentro la virtud de esta crónica de una vida resumida en poco menos de hora y media. Resulta que la niña se convierte en mujer y se empodera a base de ovaciones y golpes que le animan a dejar de pretender la perfección y que maduran el discurso ñoño hacia el mensaje reivindicativo, que es el verdadero poder y el mejor provecho que se le puede sacar al exceso frívolo de la fama. Taylor crece y prefiere enfadar a la mitad del país que seguir callada, apostando por la candidata demócrata al Senado de su Tennessee natal, denunciando a su candidata oponente, una republicana lejana a la igualdad y los derechos fundamentales de las mujeres. En definitiva, la cantante vive, despierta y descubre el verdadero poder de la celebridad. El mismo poderío que mostraron Shakira y JLO mostrando a las fronteras que sí se puede, que se llega y que los gorgoritos y los contoneos sirven para mucho más que canalizar dólares, amor y bilis. Aplauso para todas esas lentejuelas que también conciencian.