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La cara oculta de l’Oceanogràfic

Como parte de su programa estival, el acuario más grande de Europa ha ofertado nuevas actividades en grupos reducidos que buscan acelerar la normalización de las visitas aprovechando las distintas posibilidades que ofrece el recinto

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La cara oculta de l'Oceanogràfic M. A. Montesinos/ J. M. López

Quien haya ido alguna vez al Oceanogràfic, se habrá preguntado cómo funciona esa obra de la ingeniería que es capaz de renovar cada 4 horas, los 6 millones de litros de agua que nutren los acuarios del parque. O quizá, simplemente se haya limitado a disfrutar de la visita. No obstante, para todos aquellos curiosos que quieran descubrir la parte más desconocida del acuario más grande de Europa, desde el Oceanogràfic han lanzado dos iniciativas dentro de su programa de verano: el Backstage Tour y las visitas privadas nocturnas.

Las instalaciones del Oceanogràfic son un perfecto engranaje, que funcionan con la precisión de un reloj suizo para que el agua sea óptima en todo momento para sus habitantes. En el Backstage Tour, los asistentes pueden visitar, en grupos reducidos y acompañados de un experto, las salas de filtración, la desconocida zona de cuarentena, la cocina de peces y la zona técnica desde la que se cuida y alimenta los tiburones. A lo largo del tour, que dura poco más de una hora (y para el cual es preferible llevar un calzado cómodo), la sensación de humedad y el fuerte olor a mar van a ser los acompañantes de lujo. Las desnudas paredes de hormigón y las tuberías de colores saludan a los visitantes nada más entrar en la zona técnica, convirtiéndola en un laberinto en el que sería imposible orientarse sin la guía. Esta, con tono jocoso, asegura que es la zona «más fea pero más importante del acuario».

Sin duda, lo más sorprendente del tour es la visita a la cocina y la zona desde la que se alimenta a los tiburones. En la cocina se prepara, de manera individualizada y cortada según la boca del animal al que va destinada, la comida (y también el agua, en forma de gelatina) para los diferentes peces. Estos, tienen en su gran mayoría nombre propio, y la guía explica, apoyándose en una ilustración, las características que permiten distinguir a cada uno de ellos antes de pasar a la zona técnica de alimentación. Tras desinfectar las suelas de los zapatos y cruzar una entrada bastante estrecha, la fina rejilla de una pasarela metálica que cuelga del techo es lo único que separa los pies de los visitante del impresionante acuario «Océanos», el cual alberga la principal postal del parque, el icónico túnel subacuático. A pesar de la impresión que puede producir en un primer momento, la experiencia de ver pasar bajo escasos centímetros de la plataforma las aletas dorsales de los tiburones mientras los visitantes del parque avanzan bajo el cristal del túnel es algo único.

Pasadas las ocho de la tarde, el Oceanogràfic cierra sus puertas al público general. Excepto para los afortunados que tengan la oportunidad de disfrutar de las visitas privadas nocturnas. Estas ofrecen, como su propio nombre indica, unas condiciones de privacidad y cercanía que proporcionan una experiencia muy diferente a la que se tiene cuando se visita el parque en su horario habitual. Las visitas se dividen en dos turnos -uno a las 20:15 h y otro a las 22:15 h-, en los que participan grupos reducidos en torno a las 10 personas. Con estas condiciones, cuando el sol ha declinado, hace más fresco y los animales desarrollan actividades al anochecer, los visitantes pueden explorar, acompañados de un guía que va explicando la totalidad del recorrido, las zonas de Templados-Tropicales, Océanos y Ártico- Antártico. Tiburones toro, peces cirujano, o leones marinos californianos son algunas de las especies que se pueden contemplar sin la muchedumbre ni el calor sofocante de las mañanas.

Cabe destacar la parte final del recorrido, que termina en los acuarios de Ártico- Antártico. Aquí se puede contemplar a la familia de belugas formada por Kairo, Yulka y Kylu. Este peculiar grupo es mundialmente conocido, ya que el nacimiento de Kylu supuso el primer y único alumbramiento de una cría de beluga en Europa. Ya sin ningún rastro de luz solar, la penumbra de la noche contrasta con la pulcritud del blanco de estos simpáticos animales. Estos parecen sonreír al despedir a los visitantes con los característicos cantos que les han llevado a ganarse el apodo de «canarios del mar».

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