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Tiempo de juego

Nubes de septiembre

Nubes de septiembre

B ienvenidos a la maravillosa rutina. Atrás quedó el verano con sus libros llenos de arena, sus amores fugaces y los ataques en bicicleta. Nos despedimos de los atardeceres con un «ojalá nos volvamos a ver»; se acabó el descanso. Sean bienvenidos a lo hermoso de lo cotidiano y su estruendoso ruido. El debate sobre lo vendido y lo fichado. La especulación a precio de saldo y el pesimismo de quienes juegan a futurólogos. Lejos queda ya, casi de otra época, el flirteo con la Champions y la seducción de sus musas. Llegó septiembre: ese mes que amaga con el frío y en el que la gente silba para entrar en calor.

De poco importa que la venta de tu mejor futbolista no haya venido acompañada en el tiempo con la llegada de su recambio. Ni existe consuelo, excusa ni lamento por las bajas de tu guardián bajo palos o aquella hermosa revelación portuguesa. Minucias. Aquí no hay lugar para la relajación. Bien es cierto que, Liga de Campeones al margen, no asistimos al mejor de los comienzos.

De todos los detalles meramente futbolísticos, nos detendremos en De Paul. El verano nos lo devolvió con la apariencia que tienen los niños cuando dejan de serlo. En apenas dos meses nos propusimos ambos bandos (entorno y jugador) olvidar su edad, eludir su periodo de adaptación y evitar contabilizar sus escasas apariciones en el jardín de los mayores. Detalles sin importancia, pensamos. Había ansia por disfrutarlo con mayor continuidad (16º jugador utilizado un año atrás) y la gravedad hizo el resto. Fue entonces cuando apreciamos al futbolista con un mayor físico a su regreso: ancho de espalda, fino de piernas e incluso por momentos, más serio. Le vimos renunciar a su sonrisa juvenil, forzar el gesto; fruncir el ceño. «Aquí su hombre, entrenador» y un apretón de manos acompañaron su vuelta a los entrenamientos. Su momento no andaba lejos.

Siendo más vistoso que práctico en sus comienzos, entiendo el cosquilleo. Nos referimos a un tipo que seduce con sus primeros gestos. Estético en cada movimiento, control o conducción. De Paul luce golpeo fino y seco, potencia en el arranque corto y visión amplia para el juego. Sería osado no ver su proyección, aunque nacer zurdo lo habría facilitado. Sus condiciones para el juego son innegables y lo normal sería que, de aquí a unos años, se convirtiera en el dueño natural de su posición. Lo difícil, a estas alturas, es descubrir cuál es. En ello andan cuerpo técnico y afición; amigos y familiares cercanos. Nuno, enemigo del inmovilismo, descubrió en la ausencia de André, la excusa para la reconversión. Con la nueva temporada, De Paul pasó a formar en el centro, confirmando que hay circunstancias que tiran tierra sobre algunos futbolistas. Con el ánimo de agradar y corresponder, De Paul vive el proceso acelerado. La inmadurez táctica le delata: sus alambradas piernas recorren más metros de los que abarca su cabeza, repitiendo el mismo diagnóstico en cada partido: cambio por fatiga física y asfixia mental.

Quién sabe si dentro de algún tiempo, todavía por determinar, De Paul termina optimizando sus (muchos) recursos para convertirse en protagonista. Tal vez baste con no llevar demasiado el balón; tenerlo poco y moverlo mucho. Convendrá también, que con la vuelta de André, el argentino siga sin poder disimular la sonrisa.

Tomen asiento; ya llegó septiembre. Nuevos tiempos, viejas rutinas. Atrás quedó el verano que pasamos soñando con musas y despidiendo a generales. Dibujando «Puritos y Mafaldas». La pelota ya no se detiene.

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