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Tiempo de juego

Quiéreme

Quiéreme

Empezaremos por entender a los escépticos, desnudando el porqué de sus dudas. Seamos sinceros: su juego no enamora. Alejado de los cánones marcados por el capitalismo, será difícil que usted, consumidor insaciable, se sienta atraído por su fútbol. Sus goles no tienen truco y la sencillez de su ejecución nos priva de ese disfrute infantil, que tiene que ver con el cosquilleo que produce entretenerse con el envoltorio. Con los años, el placer será la seducción, y todos sabemos que no hay adolescente satisfecho sin trabas en la conquista. La «comodidad» será añorada llegados a la madurez. Consejo: déjense querer.

Cuentan los más viejos del lugar que, cuanto más cerca se está del portero, más lejos se está del gol. Ya con el segundo trago en el bar, añaden que los grandes jugadores rematan de segunda: primero amagan para zafarse y (burlado el rival) la empujan a la red. Es la estética del delantero, la belleza de sus movimientos que aviva la imaginación del espectador. La jugada que se guarda en la memoria y se emula al día siguiente con insistencia en el patio de los colegios o en las ligas de empresa. Es cierto: Alcácer es diferente. Aceptado queda. Una apuesta por lo pragmático, lo convincente que se convierte (y por desgracia se valora con el pasar de los años) en conveniente. El remedio efectivo, la seguridad del que no falla. Lo constante y resolutivo. En definitiva el que siempre estará ahí. Ya les advierto: enamorarse de Paco les saldrá rentable. Compren su afán de superación o su balbuceo introvertido ante los medios. Inviertan en su convicción y déjense llevar por su pasión. Abusen, incluso, de su confianza; llámenle Paquito. No importa, que vivan los feos. Y si todo esto no les fuera suficiente, no se rindan: acudan a las estadísticas. Los números de Alcácer con España no engañan. Seis goles en 458 minutos. Morata uno en 310; Diego Costa otro tanto en seis partidos. Claro que pueden seguir discutiendo?

El camino hacia el gol de Alcácer comienza a andarlo antes de salir a la cancha: conoce a la perfección sus defectos y parte con ventaja, saltando sin complejos al terreno de juego. Como el envoltorio en él es secundario, se pasa los partidos buscando atajos, simplificando recursos para la ejecución. Es Indiana Jones con pistola. El protocolo siempre es el mismo. Acompaña la jugada con la mirada, manteniendo menos de un metro de distancia con su defensor: lo justo para alejarse de sus brazos; lo necesario para superarlo en cada acción. Concentrado, paciente y hambriento, merodea a su presa. El momento para acelerar está cerca, y es entonces cuando la pelota le pedirá que introduzca otra marcha a su juego. Fíjense bien: en las inmediaciones del área, Alcácer encoge sus hombros y esa será la señal para iniciar el despegue. Desmarque, un toque; gol.

El día después, la vida seguía igual para él. Con las manos en la espalda y la mirada en el suelo, caminando a un lado del grupo hacia el seleccionador. Más pícaro que tímido. Más reservado que ausente. Más próximo a la penalización que al premio. Créanme: mientras otros hinchan el pecho, él busca remedios a su lamento. En su cabeza seguirá recordando la ocasión marrada entre el primer y el segundo tanto. Aquella acción propia de los definidores vulgares y sobrevalorados; la que te permite pensar demasiado.

A Alcácer no le incomoda vivir en un permanente segundo plano. Lejos de la foto, esquivo con la portada, ajeno al ruido externo. No gasta energías con regalos. No se recrea viendo las repeticiones. No busca que los periódicos editen vídeos con sus goles. Quién quiere ser héroe? Él, sigue su camino. Huyendo de los defensores, escatimando recursos que satisfagan a sus detractores. Porque a Alcácer le sobran toques y palabras para reivindicar que él, habla en el nombre del gol.

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