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Tiempo de juego

Corona de fuego

Corona de fuego

Comenzamos a desconfiar minutos antes del arranque y eso ya nos inquietó. La incertidumbre debilita en la víspera de la batalla. En ese punto, nos encontramos todos: repasando la alineación, descifrando el dibujo. Echó el balón a rodar y ahí seguíamos nosotros, despejando la incógnita. Tuvieron que pasar varios minutos del encuentro para que resolviéramos aquel enigma: 1-4-2-2-2, la penúltima ocurrencia de Nuno, quién sabe si rescatando del subsuelo el «cuadrado mágico» de Luxemburgo (no confundan al país con el entrenador). Aquello no era un esquema; era un sudoku. Un despropósito táctico que renunciaba a las bandas frente a los carrileros titulares de España y Brasil, alejaba al talento de la creación y aislaba a tus referencias ofensivas. Es curioso: el Valencia formó de inicio con dos delanteros y ninguno llevaba por nombre Negredo o Alcácer. Entiéndase el escalofrío.

Los ataques de entrenador son propios de la desesperación, y ya saben que no hay verdadera desesperación sin esperanza. Suelen aparecer cuando uno no tiene nada que perder o piensa que es indestructible. La mente de Nuno comulga más con lo segundo y tal vez sea ese, su principal pecado. Es tal el respaldo que siente el técnico de sus superiores que lleva haciendo y deshaciendo en el club desde la investidura de Peter Lim como dueño. Renovaciones, fichajes, despidos, comunicados, partes médicos€ todo gira en torno a su figura, con mayor influencia si cabe tras la marcha de Salvo y Rufete. A partir de ahí, también sin protección. Poderoso como nadie en la historia del club, su obsesión por dominar el mundo le haya llevado, posiblemente, a descuidar la única parcela que exigía toda su atención. La única responsabilidad por la que, seguramente, pueda perder su reinado. No hay fortaleza que resista esta imagen, este descalabro, estos resultados.

En el s.XXI solo encontramos, a estas alturas, un momento peor: Pellegrino sumaba 11 puntos; uno menos que Nuno. Los psicólogos desaconsejan no mirar el calendario. Vulgar y desalmado, el equipo deambula por el campeonato tropezando por las esquinas, sin ideas, ni conceptos básicos. Ha perdido su sello, su identidad y no existe armonía dentro ni fuera del vestuario. La autoridad del técnico no concede derecho a la réplica. Todo aquel que lo intentó (Otamendi, Enzo, Alves, Mustafi, Negredo€) fue desafiado o castigado.

Frente al Atlético de Madrid más vulnerable de los últimos tiempos, no hubo acción ni reacción. Roto por fuera y descosido por dentro, el Valencia se encomendó al acierto de Jaume para no desangrarse, mientras se buscaban con la mirada los unos a los otros en busca de respuestas que no llegaban. Nadie sabía muy bien a quién cubrir, ni qué parcela ocupar, ni mucho menos la función a desempeñar. Corrían, eso sí, sin rumbo ni destino ni objetivo.

El Valencia hizo 16 faltas menos que su rival y el único disparo entre palos fue el penalti que materializó Alcácer. Nunca dio sensación de peligro, ni tan siquiera cuando se acercó en el marcador. Es posible que alguno, a esta hora, ni siquiera sepa qué pretendía anoche su entrenador.

La pelota ya no se detiene y, llegados a este punto, sería bueno que alguien le contara la verdad a Nuno. Un consejero amigo, cualquiera de su círculo más cercano. Un persona de su confianza, a quien escuchar con atención. Un tipo fiel al que no ponga en entredicho. Por su bien y por el de la entidad. Nunca es tarde para rectificar. Con ese vestuario joven y lleno de profesionales que necesitan estabilidad emocional. Con los empleados del club que apenas respiran por miedo a equivocarse. Con la afición de la que recela por ser crítica. Con la idiosincrasia de una institución, harta de un régimen autoritario. Porque en la vida, como en el fútbol, no existe corona que proteja eternamente a un Rey, frente a la ira y el hambre de todo un pueblo.

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