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Off the record

Una vergüenza de Euroliga

Una vergüenza de Euroliga

El corralito de la Euroliga es una mierda. La frase, con perdón, no es mía. Aunque perfectamente podría suscribirla. El autor de la patente es Pedro Martínez, entrenador de Valencia Basket y uno de los tipos más educados con los que me he topado en estos mundos de Dios. Así que puedo imaginarme el calentón que llevaría encima cuando le preguntaron en Bélgica por la remodelación del sistema de competición que pretende perpetrar la Euroliga. Con la connivencia de once clubes „entre los que se encuentran Real Madrid, Barça y Baskonia„, Jordi Bertomeu ha impulsado un nuevo formato de torneo reducido a dieciséis equipos que se pondrá en marcha el próximo mes de octubre si nada/nadie lo impide. De esos dieciséis, los once conniventes tendrán licencia A entre la temporada 2016/17 y la 2026/27. Pase lo que pase, aunque no ganen ni un partido de liga en su país. Los otros cinco serán el campeón de la Eurocup „única opción que asegura la presencia de Valencia Basket en la próxima edición de la Euroliga„, el ganador de una ronda previa cuyo reglamento no conocen todavía los clubes ACB y tres campeones de ligas europeas aún por concretar.

Hablando de campeones, ¿se imaginan que el Valencia CF gana la Liga y a la temporada siguiente no juega la Champions League? Pues eso exactamente es lo que puede sucederle a Valencia Basket este año. Ni ganar la Liga Endesa asegura su entrada en el corralito de conniventes que dirige el ínclito Bertomeu.

Los entrenadores en categorías de formación educan a los futuros jugadores de baloncesto haciendo especial énfasis en la importancia de la generosidad y el compañerismo. Es importante combatir desde muy pronto los estereotipos que, fundamentalmente, llegan desde la NBA. Talentos individuales que enchufan 40 puntos todas las noches pueden ser referentes erróneos. Resulta paradójico que cuidemos tanto la base inculcando la importancia del otro y, al llegar a la cúspide, el sistema esté viciado. Ni generosidad ni compañerismo. Tres clubes españoles negociando a espaldas de los otros quince aún sabiendo que, firmando el acuerdo con la Euroliga, deslegitiman la propia competición ACB.

¿Cómo se explica a un alevín de Valencia Basket o un cadete de Unicaja que aunque su equipo gane la Liga Endesa no va a jugar la Euroliga? Hay preguntas igualmente complejas cuyas respuestas son, como poco, inquietantes. ¿Van aceptar los equipos españoles no conniventes un calendario de liga 2016/17 con días de partido entre semana en lugar de sábado/domingo como hasta la fecha? ¿Seguirá Endesa patrocinando una competición cuyo ganador no tiene más aliciente que el prestigio? Y, muy importante, ¿continuará Juan Roig poniendo de su bolsillo el 75% del presupuesto de un club que no parte en igualdad de condiciones con, por ejemplo, Baskonia? Porque no sé si saben que la Eurocup apenas genera ingresos, que puede ser perfectamente deficitaria, que el reparto de dividendos no tiene comparación con la Europa League en fútbol. Aquí solo se gana dinero de verdad jugando la Euroliga. O no se pierde, en según qué casos.

Es duro vivir permanentemente a la sombra del fútbol, mendigando minutos en informativos nacionales o tratando de meter con calzador un mísero corte de voz en la portada de un programa de radio. Quienes tratamos de hacer el baloncesto más visible perdemos toda la legitimidad defendiendo una competición en la que no priman los criterios deportivos, inexplicable en su formato para el espectador/oyente profano. No quiero pensar cómo será el día a día de un director de marketing o responsable comercial de alguno de los quince equipos ACB que no ha recibido la bula de Bertomeu y tiene la obligación de conseguir ingresos vía sponsors. Hay que estar muy loco por el basket para invertir dinero en un sistema que solo enriquece a unos pocos.

No he conocido un deporte como el baloncesto. Apasionante, cargado de valores, dotado de un entorno que fundamenta su ADN en la educación y el respeto. He pasado cientos de madrugadas en vela viendo partidos que se jugaban a 10.000 kilómetros de distancia y no tengo reparos a la hora de reconocer que algún domingo de libranza he pedido trabajar porque había basket en La Fonteta. Quizá por ello me siento con cierta autoridad moral para escribir una columna como la que tienen delante. Columna que, por cierto, no leerán a ningún periodista de Madrid, Barcelona o Vitoria. Allí les ha tocado el gordo. Diez años consecutivos.

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