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Reportaje

"Cristiano, aquí no hacemos así las cosas"

Los hermanos Neville se reencuentran en Mestalla con la estrella del Madrid tras el intenso aprendizaje al que le sometieron en Old Trafford

"Cristiano, aquí no hacemos así las cosas"

«He is an absolute bully». «Es un matón absoluto». Con esas palabras, de intención elogiosa, definía Gary Neville la demoledora contundencia del juego de Cristiano Ronaldo en el Real Madrid, en un artículo publicado por el actual técnico del Valencia en 2012 en el Daily Mail. Como uno de los capitanes del Manchester United, Neville asistió a la profunda transformación de la carrera del portugués, compañero suyo durante seis temporadas. Del enjuto extremo diestro cuya prodigiosa técnica quedaba frenada por la indolencia táctica y la arrogancia en el vestuario, a la ambición competitiva sin límites del delantero total que, en opinión de Neville, es «de otro planeta», decididamente «el mejor del mundo».

En 2003, con 19 años, Cristiano ya había heredado el dorsal 7 dejado por David Beckham, traspasado al Real Madrid. Era el primer novato que se recordaba en el club que se atrevía a mirar, fijamente, a los ojos a los veteranos, a tipos de la tremenda personalidad de los Ryan Giggs, Roy Keane y los hermanos Neville, con los códigos de Old Trafford grabados en la piel. El respeto se lo debería ganar en el campo, donde no había demostrado nada y donde tardó en entender ese intangible que flota en la neblina de cada partido en casa de los diablos rojos, y que Mike Phelan, asistente de sir Alex Ferguson, definía del siguiente modo: «Este club debe responder siempre a una filosofía, la de la clase obrera de sus aficionados».

El aprendizaje fue tortuoso. «Para alguien que como yo había jugado con David Beckham y Ryan Giggs, jugadores de clase mundial que trabajaban de arriba a abajo y se implicaban en la parte fea del juego, jugar con Cristiano Ronaldo era una auténtica frustración», rememoraba Gary Neville en el citado artículo. Sobre el campo «iba paseando hacia la izquierda, hacia la derecha, por el centro; era incompatible con el resto». El técnico blanquinegro llegó literalmente a «enloquecer» cuando, en un partido contra el Charlton Athletic que el United dominaba por 3-0, Cristiano «trató de sobrecomplicar» una definición de cara a gol «con un taconazo de película» en vez de liquidar el asunto con un clásico sidefoot. «¿A qué demonios estás jugando?», le gritó Gary. «Aquí no hacemos así las cosas». Un recado similar le trasladó Ferguson, el jefe indiscutible de la manada, luego de una derrota en Liga de Campeones ante el Benfica, en la que Cristiano se perdió entre regates y arabescos sin sentido: «¿Quién te piensas que eres? ¿Intentas jugar para ti mismo? ¡Nunca serás un jugador si haces esto!». Ronaldo rompió a llorar, tal como relata en la biografía del delantero el periodista Guillem Balagué.

Los compañeros empezaban a perder la paciencia con aquel jugador de comportamiento tardoadolescente que, de la noche a la mañana, hizo aparecer en el vestuario local, de frente a su taquilla, un espejo de dos metros en el que se contemplaba ensimismado cada vez que se cambiaba. Uno de los jugadores que peor llevaba la actitud sobre el césped de Ronaldo era Ruud Van Nistelrooy. El rematador holandés asistía frustrado a cada requiebro y otros trucos efectistas que, desde la banda, realizaba el joven de Madeira: «Es que nunca se cuándo va a poner el centro ¿Cómo voy a lanzar desmarque así? ¡Parezco imbécil!», se exasperaba Ruud en el vestuario. La tensión llegó a la disputa física, cuando Van Nistelrooy le propinó una patada, devuelta por Rio Ferdinand, que salió en defensa del desolado Cris.

Pero Ronaldo, poco a poco, entre el palo y la zanahoria recetada por Ferguson, fue avanzando en su aprendizaje inglés, el que le curtiría en un jugador de clase única. Asumió las tortuosas inocentadas con las que Gary Neville y otros compañeros bautizaban la llegada de cada fichaje, las burlas generadas por sus ajustados trajes chillones, y los balones envenenados que se le lanzaban en los rondos —esa práctica latina que los ingleses no se tomaron muy en serio hasta hace pocos días—.

2006, el verano del cambio

Así, un día, Ronaldo se convirtió en un jugador completo, al fin. En su colaboración para el Daily Mail, Gary Neville data ese momento en el verano de 2006, tras aquella Copa del Mundo en la que Rooney fue expulsado en un Portugal-Inglaterra ante la presión de Cristiano al árbitro: «Entró en el vestuario y pensé... ¿Por Dios, qué ha sido de este chico durante el verano? Cuando llegó al club era un muchacho enjuto, delgado. Se había convertido en un peso pesado. Sin duda había estado entrenando con las pesas durante el verano. Era como ver a alguien crecer en cuestión de pocas semanas».

A partir de ese instante, el fútbol presenció la versión desmelenada de Cristiano Ronaldo. «Lo que siguió en los dos años siguientes fue algo asombroso. Nadie había visto nunca nada tan extraordinario en la Premier League. Hemos tenido a Henry, Cantona o Zola, pero (Cristiano) era de otro planeta, el mejor del mundo, sin piedad de los débiles. Un matón absoluto». Cristiano se había ganado el respeto de sus compañeros y de toda la Premier. Queda la imagen de la final de la Liga de Campeones de 2008. Bajo la lluvia moscovita, un Gary Neville con traje de corbata empapado —no jugó la final ante el Chelsea al estar falto de ritmo por tras una larga lesión—corrió a felicitar a un Ronaldo de nuevo en lágrimas, felices esta vez. Fue el primer jugador al que buscó.

Un año después, Gary Neville utilizaría sus galones de capitán para tratar de disuadir a Ronaldo de sus intenciones de marcharse al Real Madrid: «¿En qué sitio vas a estar mejor que en el United?». «Me lo dices tú, Gary, que no te mueves de Manchester ni en vacaciones», le replicó Ronaldo. El chico continuaba saliendo contestón, pero al menos ya había justificado méritos en el césped. Cuando se saluden en Mestalla, a Cristiano se le agolparán, a buen seguro, los recuerdos de aquellos salvajes años de enseñanza futbolística en Old Trafford.

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