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Tiempo de juego

Oh, capitán...

Oh, capitán...

Siempre cuestionado, al buen futbolista se le distingue por sus actos. Envuelto en un sonido de viento que ajusticia, él se ofrece para pedirla; cuando suben los decibelios.«¡Toca! ¡Sin miedo!». Y vuelta a empezar. Impasible ante la crítica, resultará sencillo encontrarle: allí donde los focos alumbren. Enemigo de las sombras, recorre kilómetros ofreciendo el interior del pie como desahogo para los suyos. «¡Toca! ¡Sin miedo!». Una y otra vez. Trotando con la mano derecha extendida, indicando el punto de encuentro con el balón. Basculará de un costado al otro del campo, pisará la pelota y un caño en territorio minado le jugará alguna mala pasada. «¡Ay, Parejo!». Esas cosas que hacen diferente a los indomables.

Nunca dejó indiferente a nadie. Para algunos un vago, para otros muy lento; excesivamente frío para los del más allá. Molesta su expresión, su golpeo y su andar. Se desesperan con sus pases en corto y en largo; con sus balones atrás. Lo que cobra, lo que pide, lo que dice. Quién osaría darle el «10». ¡Quién le nombraría capitán! Irreverente y descarado. Así se maneja pecho frío y en esas está: más de un lustro oyendo silbar las balas€ Bienvenidos a su mundo. Con todos ustedes, Dani Parejo.

Corren malos tiempos para la lírica en Mestalla, es cierto. A estas alturas de campeonato (ya lo advertimos, maldito frío) el Valencia dispone de una plantilla desequilibrada, sobrevalorada, repleta de futbolistas que hace dos días vivían bajo el techo de sus padres y sin una figura en el banquillo capaz de asumir su tutela. La planificación deportiva fue un fracaso. Cuentan que con talentos por descubrir, hoy carentes de personalidad e incapaces de asumir la responsabilidad que supone salir a competir en cada partido. Fichajes todos ellos a golpe de talonario, cuyo valor de mercado actual es negativo. Ajenos a cualquier realidad, presumen de flequillo, tatuajes, pendientes, auriculares e Instagram. No conceden entrevistas. Son estrellas del pop, pero sin groupies que les sigan. Esa es la imagen que queda al aterrizar en cada aeropuerto.

Son tantas las carencias dentro del vestuario, hablamos de un grupo tan frágil que la elección en el banquillo debilita todavía más al club. Gary Neville pasó del plató a la banda para dirigir a un equipo que se estaba jugando el acceso a los octavos de final de la Liga de Campeones. Trajo consigo unos cuantos iPads bajo el brazo y, a las primeras de cambio, reemplazó al psicólogo por las clases de yoga. Por lo que a lo deportivo se refiere, ni rastro de entrenador. En casi dos meses de trabajo, ha empleado todos los sistemas posibles, ha utilizado a los futbolistas en demarcaciones múltiples y mantiene un discurso constructivo: «les miro a los ojos y sé que algún día ganaremos», algo que denota no haberse preocupado por la exigencia de su historia.

Uno de sus últimas decisiones, ha sido la de quitarle la capitanía a Parejo. Tras hablar en varias ocasiones con él, Parejo puso el brazalete a su disposición, ya que había sido designado por Nuno y no por el vestuario. Neville no dudó: cómo renunciar a otro truco de magia en público. Tal vez pensara que así, apoyándose en otro líder, comenzaría a ganar partidos. Pero no. Tampoco era eso. A Gary se le agotan los ases en la manga.

Para Parejo la vida seguirá siendo igual. Jugará de cinco, de seis, de ocho o de diez. Seguirá recorriendo más kilómetros que nadie por partido. La pedirá en corto, la mandará en largo, buscará con su fútbol superar líneas de presión y manejará los tiempos del encuentro. Amagará con ir, para venir a campo propio. Regalará asistencias y es probable que alguna de sus incorporaciones termine en gol. Y sí. Tal vez, en ocasiones, escuche algún silbido. Descuiden, no vayan a preocuparse por él. Será entonces cuando, alumbrado por los focos, busque al compañero más cercano y diga: «¡toca!, ¡sin miedo!». Y su mundo seguirá girando€

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