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El curso de la vergüenza

El curso de la vergüenza

Termina otra temporada dejando una sensación de vacío que debilita el alma y cuyo cúmulo de despropósitos ha consumido un poco más al sufrido seguidor. Otra vida gastada por la grada. Pudo ser peor. Quién sabe qué habría pasado si Negredo no la empuja frente al Sevilla o el Barça no se dispara el pie en el Camp Nou. El Valencia ha firmado su peor campaña desde el descenso, mostrando una imagen dañina para la entidad, tanto dentro como fuera de los terrenos de juego. Cuatro entrenadores, dos directores deportivos y futbolistas sin nivel desprestigiando la camiseta en cada actuación. Es cierto: el efecto Ayestarán se quedó en 10 puntos de 24 posibles; uno de los últimos 12. No se le podrá negar que al menos lo intentó, pero se antoja difícil encontrar la complicidad de una plantilla poco profesional, en su amplia mayoría dispersa, sin orgullo ni amor propio. Y lo más preocupante: carente de nivel. El desgaste fue tremendo.

Exentos de responsabilidad, los jugadores han vivido el curso bajo el amparo de sus técnicos; las balas apenas les rozaron. Primero Nuno y más tarde Neville, sirvieron de coartada para un grupo que no ha estado a la altura de la institución, como aves de paso. Hacía tiempo que el dolor de una derrota duraba tan poco en el vestuario. Las semanas en Paterna comenzaban siempre con música, risas y despreocupación por parte de un sector que, ante los problemas, miraba para otro lado. No han sido pocos los que se han dejado llevar ante la ausencia de alguien que los gobernara. Nunca una palabra más alta que otra, nunca una orden que los pusiera firmes, nunca un golpe que tirara la puerta abajo. Completamente fracturado, el grupo se ha dividido en facciones egoístas que han llevado al equipo a recelar los unos de los otros desde sus comienzos. No es de extrañar que, por ejemplo, un buen número de futbolistas se levantara de la mesa en la última comida de ´conjura´, sin que todavía se hubieran servido los postres. Tan triste como descriptivo.

Dijo Ayestarán, en su presentación, que hacía falta «cultura de club». Y no le falta razón. Hace tiempo que desde la propia entidad, se piensa más en proteger al individuo que a la institución. Sobreprotección hacia el dueño, la presidenta, el director deportivo, los entrenadores y por supuesto hacia unos jugadores que nunca estuvieron a la altura de las circunstancias. Error. Si un club no empieza por respetarse a sí mismo, es difícil que los demás lo tomen en serio. Las hemos visto de todos los colores: Nuno intimidando a los empleados, los Neville paseando con la marca que rivaliza con tu patrocinio, futbolistas desafiando en público a su entrenador, otros posando en la caseta del eterno rival tras caer derrotado y en su mayoría negándose a ir a actos o a comparecer ante los medios. El dueño posando mucho con Cristiano y poco con Alcácer. Esto no es serio: pongan en valor el escudo y dejen de matar al mensajero.

Es momento de reflexionar. El Valencia merece mayor dignidad que todo lo vivido en los últimos tiempos.

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