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Enemigo muy íntimo

Enemigo muy íntimo

Entre las explicaciones del director deportivo saliente (pura baratija en boca de un orador rápido) lo asombroso apenas fue lo que dijo, un amasijo de montajes piadosos y auto exculpatorios. Fue aquello que no dijo pero dejó entrever muy claro a propósito del capítulo pendenciero dedicado a la Curva Nord, Vidagany y los graves efectos futbolísticos que los jugadores se supone que pagaban por no tener una curva de animación. Tal que marcharse de director general a las puertas de una bancarrota y culpar al director de seguridad por no controlar bien los tornos de entrada.

Vamos al tema. Pensaba que un director deportivo gestionaba los asuntos deportivos. Error. El que se ha ido pretendía ocuparse también de los sociales, de ahí esa guerra local entre ejecutivos por ejercer de filtro ante Singapur. García Pitarch, de trascendencia escasa, solo un pieza instrumental, vino a escudarse en las consecuencias nocivas de verse las caras con la hinchada del Valencia. Ahí es donde viene la maldad, repetida constantemente por la valenciología ibérica y tomada como motivo de fuerza por los propios directores del club. Llorente hizo sus primeros pinitos y la administración actual ha hecho del tópico una excusa redonda que ha sonado en boca de Murthy y Layhoon.

Suso dirá que referirse a la afición y al menoscabo que provocaban en el rendimiento deportivo, como si echaran a los jugadores a las fieras, solo era un motivo más para razonar el cataclismo. Poner tanto hincapié en ello, elevar a categoría una anécdota desafortunada (los gritos a Parejo al lanzar un penalti; puros cafres) es la confirmación de un rumor: la hinchada vista como enemigo íntimo. Si lo hacen sabiendo que están falseando la realidad, el cinismo es terrible. Si lo hacen creyendo que están en la posesión de la verdad, su sentido de la alucinación no tiene límite.

Cuánta sobrevaloración de la hinchada, una masa social bastante común y parecida a casi todas, extremadamente paciente con Lim y que responde con seguidismo ante los alicientes que club y equipo le ofrecen. Como todas.

Cuánto desahogo, cuánta excusa maloliente. Si el equipo estaba desprotegido es esencialmente por una construcción de plantilla negligente, por un modelo de club completamente fallido, por una gestión que ha desembocado en parodia en la parrilla de Kiko Rivera.

Casualmente era la misma hinchada admirable de cuando Mestalla era una fiesta y goleaba en diez minutos al Atlético. Es verdad que entonces el equipo no había sido troceado y vendido al mejor postor ni mediaban todavía directores deportivos colaboracionistas del caos.

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