«Le hemos pasado unas cuantas». La frase se le atribuye a Consuelo Rubio, influyente esposa del expresidente del Valencia CF, Juan Soler, tras la penúltima machada de su marido: Destituyó a Quique por teléfono, tras una derrota 3-0 ante el Sevilla, en octubre del año 2007.

La imagen del director de comunicación del club, Jesús Wolstein, en el Pizjuán, encapuchado, añaden tintes de nocturnidad y alevosía a una incomprensible decisión tomada. El Valencia iba cuarto en la Liga, a dos puntos del Barça, segundo, y estaba metido de lleno en la lucha por la clasificación en su grupo de la Liga de Campeones.

Pero detrás de esa destitución de Quique, de su matrimonial ruptura con Soler, había una larga historia de amores y desamores deportivos que había comenzado en el año 2005, cuando el entrenador se hizo cargo del banquillo de Mestalla junto a Fran Escribá (por decisión del laureado director deportivo Javier Subirats) y comenzaron sus roces con el entonces futbolista Amedeo Carboni.

Dos años después, en 2007, la pérdida del aval del vestuario, el desgaste que dejó una guerra con el director deportivo del club, Amedeo Carboni, como gran víctima sacrificada por Soler, y el desencuentro con la afición de Mestalla, fueron tres cruces que, como heridas sangrantes que nunca cicatrizan, acabaron con la continuidad de Quique en el Valencia.

Quique y Escribá, ahora sin relación debido al racial carácter del primero pese a los muchos años que estuvieron juntos, cumplieron con creces los objetivos marcados por el club. Sin embargo, la exigencia era mayor que las prestaciones de una plantilla necesitada de una regeneración. El irrespirable clima de tensión que vivía el valencianismo y la propia desconexión de Quique con la hinchada, sentenciaron con un «¡Quique, vete ya!» al que durante su etapa de futbolista fue el niño mimado de Mestalla.