P Cuando un mito echa la vista atrás, ¿qué es lo que ve?

R Lo más emotivo es que la gente siga acordándose de ti y te recuerden con cariño. Mantener esa sensación en los aficionados, en los que fueron compañeros, en los familiares y los amigos, es una gran satisfacción.

P ¿Recibir un homenaje de su pueblo pesa más que un título?

R Cada homenaje es distinto, tiene diferentes motivos. Una cosa es haber sido reconocido cuando se es futbolista, que eres joven, famoso y marcas goles. Pero mucho más hondo es que después de 50 años de haber debutado, permanezca casi intacta esa gratitud.

P Una gratitud que mantienen generaciones que, como la mía, no le vieron jugar, pero a quienes se les transmitió quién fue Pep Claramunt.

R Mira, ser recordado tiene algo impagable: que hiciste feliz a mucha gente. Muchas personas que me ven, me paran y me dicen: «Pepe, gracias por las alegrías que me diste». Que te digan eso te llena de felicidad.

P Menuda lección de vida, más que de deporte...

R Un deportista tiene el egoísmo de ser célebre, de ganar dinero... Pero lo que no se valora entonces es en lo que sí que caes ahora. Los momentos de felicidad que le has dado a la afición, y a la gente que has querido, a la que iba a un campo de fútbol solo para verte jugar. Yo me he dado cuenta ahora de que el motivo por el que jugaba era por hacer felices a los aficionados. Y lo logré. Esos son los verdaderos recuerdos que perduran, no solo los trofeos. Porque, por desgracia, en la vida las alegrías tampoco son tantas. Si eres de los que pudo darlas...

P Al ver la exposición en su honor, ¿le ha venido a la memoria alguna historia olvidada?

R Hay una en la que salgo de portero y pocos saben la razón. Una mañana el Puçol tenía que jugar una final contra el Benimar. A mí ya me había fichado el Valencia para el Juvenil, con el que jugaba ese mismo día por la tarde. Pero quise reforzar al equipo del pueblo para ese partido. Para evitar el riesgo de lesiones, lo hice de portero. Y ganamos 1-0 con un gol mío.

P ¿Cómo? ¿Pero qué hizo, marcar de falta?

R No. Salí de la portería, empecé a regatear jugadores, me fui a la otra área e hice gol. «¡No hay derecho!», decía don Elías Llagaria, director del Benimar, que fue después el párroco del Valencia.

P Impensable ahora, jugar en varios equipos a la vez.

R Y tanto. Pero entonces tampoco te lo permitía el club, ¿eh? Pero era joven y llegaba a jugar hasta tres partidos el fin de semana. Cuando podía, a escondidas del Valencia, jugaba con el Puçol. Con el problema de poder ser denunciado por el equipo rival y que me sancionase la Federación.

P ¿Ningún rival le reconoció?

R Era muy joven, no era nadie y el Valencia no se enteraba. Si algún equipo me reconocía, pues bueno, llegábamos a pactos...

P ¿Qué pactos?

R Pues le decía al entrenador rival, «si no me denunciáis, juego». Yo jugaba para completar alineaciones, en aquella época no sobraba gente en Regional. A cambio, pues les decía que no me esforzaría mucho, que me dedicaría a cumplir, que no les haría virguerías (risas).

P ¿Cómo era el Valencia de su época, con el valenciano como lengua dominante del equipo?

R Se venía de la época de ganar dos Copas de Feria, se reestructuró el equipo con gente del Mestalla, al que casi subimos a Primera. Subimos en bloque porque a Mundo, que dirigía al filial, también lo promocionaron. El 90 % éramos valencianos y los de fuera estaban tan consagrados en la ciudad, que es como si fuesen valencianos.

P ¿Cómo era la convivencia?

R Había una costumbre un tanto arriesgada. Teníamos el bar de Tomás delante de Mestalla. Entrenábamos en el solarcito enfrente de las vías de Aragón. El jueves pisábamos Mestalla, venían equipos de Tercera de sparrings. Después nos juntábamos Pesudo, Manolo Mestre... Un buen grupo. Nos íbamos a Tomás y nos hacíamos varios barriles de cerveza con limonada, que era lo típico. Sentaba muy bien tras el entrenamiento. El compañerismo era extraordinario.

P De esos barriles nace el Valencia campeón de 1971.

R No, antes fuimos campeones de Copa de 1967, perdimos otras dos finales... Se mantuvo una filosofía combativa y Di Stéfano nos acentuó esa personalidad, fichamos a Valdez... Nos estructuramos de atrás hacia adelante. Fuertes en defensa, para matar a la contra. No podíamos jugar de tú a tú a los grandes, pero fue así como ganamos en el Bernabéu y el Camp Nou. Asfixiábamos al rival.

P ¿Cómo era ser entrenado por Di Stéfano?

R Muy carismático e interpretaba el fútbol como nadie. Tenía 46 años cuando llegó. Acopló sus ideas a nuestro bloque y a nuestras limitaciones para sacar lo máximo. Fuimos campeones y subcampeones de Liga, jugamos tres finales de Copa. Siempre cerca de los títulos. Luego dimos un pequeño bajón, acusamos el esfuerzo de haber jugado fuera de lo normal. Yo llegué a jugar con los dedos del pie rotos, con ciática, con la pierna derecha paralizada del dolor. Apenas se notaba, algún periodista como mucho decía «hoy Pepe no está tan fino».

P ¿Por qué el Valencia no ha prolongado nunca en el tiempo las épocas de títulos?

R En mi época hubo un cambio de ideas. Tiraron a Alfredo, cambió la mentalidad con la llegada de los extranjeros, cambió la forma de concebir el club. Ya no estaba vigente priorizar la cantera. Se pensó de repente que los de casa ya no éramos buenos. Nos desnaturalizamos.

P A usted se le ha comparado con Xavi y con Baraja.

R No tenía nada que ver con ellos. Yo venía de ser extremo derecho, pero que ya dejaba caerme al centro y ayudaba a defender. Me iba muy bien en el uno contra uno, centraba con acierto. Luego recogía el balón del portero y mandaba un balonazo a la carrera de Sergio o Valdez. No tenía una definición concreta. Muchos no lo entendían. En mi época, el extremo era extremo.

P Se avanzó a su propio tiempo.

R Sí, fui un jugador bastante moderno, me movía por todo el campo. Di Stéfano fue quien me comprendió mejor. Me decía «vos sos la rosa de los vientos». Partiendo del medio, debía estar donde me necesitase el equipo. Podía driblar a dos y marcar o meterme a defender y salir rápido con el balón.

P ¿Cuál ha sido su heredero?

R Cada jugador ha tenido sus características. Baraja iba de cabeza mucho mejor que yo, Mendieta se asemejaba a mí en el desplazamiento en largo, pero yo era mucho más habilidoso en el dribbling, conducía más veloz. Juan Señor, del Zaragoza, tenía pinceladas mías. Yo no amagaba el balón como Xavi, no tenía su pausa, yo si recibía iba directo a la portería.

P Carlos Soler sí parece adaptarse a ser esa «rosa de los vientos».

R Lo tengo claro. Si ese xiquet se hace el ánimo, puede conducir al Valencia donde quiera. Después de épocas de bajón, hemos sido un club con la suerte de ver aparecer jugadores de la cantera que lo han cambiado todo. Este xiquet nos ha dado personalidad. Soler se tiene que dar cuenta de que puede ser un líder. No debe renunciar al liderazgo, aunque tenga 20 años. El equipo debe rodar a su alrededor. Debe aprender, por supuesto, pero también imponer su calidad, por joven que sea. Tiene condiciones para ser como yo. Debe tener un punto más.

P ¿En qué sentido?

R En el sentido de decir «aquí estoy yo, soy el líder, yo impongo la ley, puedo cambiar la historia del equipo y voy a intentarlo» (golpea la mesa con los nudillos). El técnico no tendrá problemas en darle el mando, porque es muy bueno y porque se lo ha ganado. Tiene que asumir ese riesgo. Y es posible que te chillen. A mí me han chillado también, pero porque he querido atreverme a resolver partidos atascados. Ese debe ser el camino que debe seguir Carlos. «Voy a intentarlo aunque me chillen, porque chillándonos ya están». Si quieres trascender, ser respetado por los compañeros, debes demostrarlo en esos momentos. Y pienso que puede hacerlo porque lo ha demostrado con el equipo en una gran crisis.

P ¿En qué puede ayudarlo Marcelino?

R En hacerlo importante. Marcelino debe ser para Soler lo que Di Stéfano fue para mí. Yo tenía 24 años y era bueno, pero tuvo que venir Alfredo para decirme: «Usted debe ser el líder del equipo» (vuelve a golpear la mesa). La prueba es que me hacía jugar con el dedo roto y con fibrosis porque estaba convencido de que, si yo no jugaba, no podíamos ni ganar ni ser campeones.

P ¿Es el técnico que necesita el Valencia?

R El Valencia no puede superar a Madrid y Barça en calidad, pero sí igualarlos en mentalidad. Y pasa por ser fuertes en defensa y saber que si marcas ganas. Es a lo que se dedica el Atlético.

P Y a lo que se ha dedicado el Valencia de toda la vida.

R Cada equipo debe tener sus raíces ¿cuáles son las del Valencia? No dar nunca un partido por perdido. Si lo das todo, Mestalla no se queja. Ese espíritu «bronco y copero» debe recuperarlo Marcelino. Después de ciclos buenos, no hemos aguantado esa personalidad. No ha habido constancia para valorar lo que ha sido nuestra filosofía. En cada gran Valencia siempre ha habido gente del Mestalla y gente de fuera que marca realmente las diferencias. Cuando se ha perdido esa creencia, ahora o con Ramos Costa, se ha ido a la ruina. El jugador valenciano ha dado carácter y siempre le ha costado «tres perres» al club. Mi primer año en Primera lo jugué con ficha amateur. Jugué 55 partidos y me dieron 20.000 duros. Als de casa no ens fan cas.

P ¿Nunca pensó en irse?

R Pude haberme ido al Madrid tres o cuatro veces.

P ¿Qué le hizo quedarse?

R Nunca salí del Valencia, pero tampoco de Puçol. Sin salir de mi casa, fui capitán de la selección. Mestalla estaba a 20 minutos e incluso se me hacía largo. En el Madrid podía ganar la Copa de Europa, pero implicaba cambiar de vida. Lo tenía todo en el Valencia.