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En mi equipo no hay de eso

En mi equipo no hay de eso

En una semana donde quien más quien menos, instituciones proclives u otras más tibias, han tenido un gesto, un tuit, un ademán cómplice para las celebraciones del orgullo gay, Guardia Civil incluida, una abrumadora mayoría de los estamentos que forman el fútbol español se han aliado con el silencio. Callada por respuesta, ausentádose de una cuestión que también les toca como aglutinadores sociales que son.

¿Qué tienen que decir los equipos o la competición al respecto?, se preguntarán los silenciosos. Es sencillo. El fútbol, y en especial en un país de monocultivo deportivo como España, es palanca comunitaria. Tiene la virtud de influir en cómo piensa la gente, de instruir, de ser paradigma de valores positivos y también justo de lo contrario.

El fútbol, incluido el español, ha sido capaz de hacer fuerza común para combatir el racismo en los campos, obró didáctico frente a la drogadicción€ No tiene nada que decir en cambio sobre los avances en la igualdad y la lucha porque nadie sea discriminado por su orientación sexual. Deben pensar casi todos ellos como Gil y Gil: en el fútbol no hay gays. Ni en los vestuarios, ni en las gradas, ni en la prensa. Y como yo me entere que los hay€

Apenas ha sido el Eibar quien ha hecho de la cuestión una enseña durante estos días. Sus jugadores se han pronunciado en contra de un odio que en muchos países sigue costando vidas, han puesto sus rostros para contribuir a normalizar lo evidente. Probablemente tiene una carga publicitaria y reputacional para posicionar al club en un espectro de apertura. Ni tan mal. Que se sepa ningún aficionado del club se ha dado de baja ni a ningún jugador le han entrado sarpullidos. Más bien al contrario favorece a que quienes pueden sufrir por su orientación sexual tengan un entorno más proclive.

¿Tiene algo que decir el Valencia? El caso ejemplar del Eibar es demasiado pequeño, demasiado anecdótico en comparación con el inmenso silencio, coincidente con una época en la que el fútbol europeo está cada vez más en manos de propietarios en cuyos países ser homosexual (o más apropiado: aparentarlo) es delito.

Se centra casi siempre el foco en los futbolistas. En quién podría ser gay, como un cuchicheo más propio de paparazzis. Pero resulta más provechoso preguntarse por qué los clubes se ponen de lado, qué temen. Son ellos los que, como primer paso, deben quitarse ese velo tan pazguato y anticuado. En el fútbol, como en la vida, hay orientaciones a una y otra banda.

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