Soler arraiga por disimulo. Por goteo y no por inundación. Me temo que conquistará lo que se proponga sin que ninguno de nosotros lo colara en sus previsiones. Como los analistas financieros que comprenden los fenómenos una vez han pasado, a Carlos Soler lo explicamos siempre a posteriori. Él, entre tanto, disimula, disimula como si no fuera con él, como si estuviera escalando entre la cantera y el primer equipo, ganándose el puesto.
Esta semana Adidas le dedicó un spot de audiencia millonaria en sus redes mundiales. «Mi nombre es Carlos Soler y juego en el Valencia Club de Fútbol», tuvo que explicar. «Intento encontrar los espacios para mis compañeros», prolongó. Era el protagonista y se hizo a un lado. Nombró al Valencia en cada frase, como camuflando su identidad sobre el fondo del club. «Mi mayor objetivo sería conseguir un título con el Valencia en los próximos años», cerró señalando su Ítaca.
Esta semana también marcó vía trallazo con la España sub 21 y quienes anunciaron su gol tuvieron que especificar que se trataba de «Soler, el chaval del Valencia». Otra vez había que explicar a Soler a posteriori. Su identidad resguardada es su mejor salvaguarda. «Soler, el chaval del Valencia». Acabará en el Mundial y entonces se hablará de sorpresa en la convocatoria.
No es un divino no practica el misticismo del futbolista recién hecho estrellita. Hay algunas células del valencianismo que por resquemores pasados recelan cuando un joven vecino apunta bien, sospechan de un trato preferencial. Psh. Soler es una de las mejores cosas que nos han pasado en un tiempo en que nos pasaban pocas cosas buenas.
Por eso su continuidad es prueba de algodón para comprobar hasta qué punto este Valencia ha recuperado su propia soberanía y ambición o es solo un remedo temporal. Soler apunta a fundamento sobre el que consolidar un proyecto a largo plazo, demasiado sólido como para negociar por él a las primeras de cambio.
