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Una columna para el chino

Una columna para el chino

Apenas quedaba gente en Mestalla una hora después de la conclusión del partido contra el Leganés. Marcelino acababa de sofocar el incendio Zaza con la enésima rueda de prensa de manual. Qué tranquilidad para el departamento de comunicación tener un entrenador con el que no hay que preparar preguntas complejas. Dientes, normalidad y sentido común. Además de buen técnico, el asturiano evidencia capacidad sobrada para gestionar un grupo sin capos ni vicios larvados en el tiempo. Escaleras abajo, los inalámbricos se arremolinaban en zona mixta para disparar preguntas al capitán Parejo. Mientras, alejados del murmullo radiofónico y el sonido de flashes, a unos metros de la puerta del vestuario del Valencia, los padres de Carlos Soler conversaban tranquilamente con el representante del niño maravilla. No les conozco de nada y el día tampoco era para presentaciones. Es inhabitual que Carlos sea el primer cambio. Así que me acerqué a su agente para un apretón de manos. «Anima al chaval, todos los días no se puede estar perfecto».

Por si a Javi Cordón se le pasó darle el recado, la columna de hoy tiene que ser forzosamente para el futbolista que debe abanderar el presente y el futuro de Mestalla. Aunque no marque los goles que llevan Rodrigo o Zaza. Aunque no acapare portadas como Guedes. No sé cuántos de ustedes recordarán qué hacían a los 20 años. El que suscribe tiene grandes problemas para mencionar algo que no sean pachangas de futbito en la universidad, la carpeta de clase forrada con fotos del Piojo y Julia Roberts y un bar llamado Chigal en el que dejábamos pasar la vida hasta que llegaban las fechas de exámenes. La única presión que sentía en aquella época era no cargar ninguna para septiembre. Poca cosa, la verdad. Carlos Soler cumplió 20 años en enero y, en apenas un puñado de partidos, se encargó de devolver la fe al valencianismo. Esta temporada, el más difícil todavía. Marcelino le ha puesto en la derecha y raro es el día que no es de los tres mejores del equipo. Circunstancia que sucedió el pasado sábado contra el Leganés.

En la hora escasa que estuvo en el terreno de juego, no pudo desbordar con facilidad a Diego Rico y apenas dispuso de llegadas al área. Aunque -en el fútbol que no se ve- desplegó trabajo y ayudas para que Montoya pudiera contener a Szymanowski. Hablamos de un jugador que nunca se guarda una carrera hacia detrás pensando en las que pueden quedarle en ataque. Y eso lo sabe muy bien el cuerpo técnico del Valencia, aunque anteayer, por necesidades del guión, tuvieran que quitarle del campo. Me conmovió la respuesta de Mestalla -a veces tan imprevisible- en el momento de su sustitución para dar entrada a Pereira. Ovación cerrada y miles de personas puestas en pie. Fue como si el respetable quisiera tranquilizar cariñosamente a Carlos, que se marchaba cabizbajo hacia el banquillo. Ánimo, chino, todos los días no se puede estar perfecto.

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