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Ante la posibilidad del traslado de Mestalla

Ante la posibilidad del traslado de Mestalla

Son ciertas y visibles las metáforas que apelan a la melancolía. Derribarán Mestalla y cruzaremos la ciudad; convertida, ya para siempre, en otra ciudad. Genera vértigo proyectarlo y es lícita la reserva del memorioso ante el paisaje transformado. De repente seremos viejos para la inocencia pero jóvenes para el balance evocador de la última fila. En esa tierra de nadie tampoco llegaremos a macerar la fórmula que haga reconocible el carácter de la nueva casa: faltarán cicatrices y tensiones acumuladas. Como tantas otras veces sólo se impondrá el fútbol. El equipo habrá de tirar del club. En ese tránsito generacional del traslado, la militancia más ilustrada de Mestalla puede cometer el error de lastrar poéticamente lo que se ha convertido en necesario para la supervivencia de la entidad. Sería un error que la autobiografía sentimental de unos pocos pusiera palos a las ruedas del futuro. Ha pasado tiempo suficiente para asumir el duelo.

Por otro lado, abandonar Mestalla en el momento álgido de su consagración definitiva como espacio de culto es mucho mejor que hacerlo desde la atonía que asola al valencianismo cíclicamente. La vieja que pasó llorando apela a las voces ancestrales, pero ese nunca fue nuestro carácter. El Pueblo de Mestalla y el valencianismo viven instalados en la novedad sistemática. No otra cosa ha sido el Centenario: la novedad ante la propia historia, la novedad ante el relato silenciado por años de desmemoria y dejadez. También este Mestalla vertical y furioso de los últimos meses ha sido una novedad recobrada. La magia estaba y está, como estará en el campo nuevo. Cambiar de barrio no es un problema para el VCF. El club emana optimismo a pesar de sus contradicciones. Vive instalado en la eterna adolescencia, que no es la virtud necesaria para escribir ensayos de Moral y Humanismo, pero sí la imprescindible para levantar la bandera de una institución que se sueña y se sabe grande. Esa es la mejor enseñanza de estos 100 años transcurridos. Caerá Mestalla pero permanecerá su legado. Echaremos la lagrimita donde corresponda, llevaremos en andas la estatua del socio invidente como símbolo de eternidad y dejaremos que los más jóvenes modelen el futuro a su manera. Nadie escuchará el murmullo de la vieja que pasó llorando. También esa milonga pertenece al arcano de los inventores del fútbol como género literario. Ese melodrama, conviene saberlo, es incompatible con el Valencia CF.

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