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El club antipupas

El club antipupas

El verano lo bueno que tiene es que es un tiempo fructífero para la melancolía. Para leer sobre la melancolía ajena, digo. Un rápido ojeo a unas cuantas páginas y la melancolía está supurando. La añoranza a la Champions, como la gran ballena que apresar, vuelve majaras a estos humanos. Roma y su final del 84, todo el relato sobre la frustración de lo inalcanzable, leo. Más allá, un titular sobre ex jugadores del PSG lanzándose como milagrosos conseguidores de Champions. Aquí, Overmars y el mito de Sísifo para un Ajax sin segundos para la estabilidad. O, en el caso más tremendo, el Madrid, que vive añorando las copas de Europa que gana cada año tal que si las palmara.

Luego estamos nosotros, lógicamente más preocupados por ejercer el paternalismo patológico sobre el jugador Kangin Lee. En cambio, nos la pela la trascendencia solemne de lo que podríamos añorar. Ni volver de nuevo esta temporada a la Champions genera el más mínimo afán de venganza. Ni se recurre a la necesidad de emitir el latiguillo del 'nos la deben'. Apenas el valencianismo siente que le deben una copa de Europa, porque sería estúpido, como creerse que la historia de los merecimientos depende de la repetición del intento.

Este año hemos insistido mucho en ese conato de interpretación de los hechos por el cual el Valencia, y lo que representa, se desliza hacia el futuro sin tener demasiado en cuenta lo que ocurrió. Cierto pacto social para evitar el trauma, o un sortilegio con el que avanzar sin lamento.

Buscando explicaciones más lógicas, pudo suceder que la toxicidad de nuestras Champions consecutivamente perdidas (sí, se perdieron) se viera aminorada por triunfos rápidos e inesperados. Terminó habiendo más morriña de lo ganado que de lo perdido. La diferencia dual que nos define. Es aquí cuando soltamos en retahíla lo del club que ejerce mayor tracción a partir de los propósitos y no de la venganza de las derrotas.

Esta falta de imaginería del llanto nos sienta tan bien. Otro club, con la doble final y el desenlace de Milán, hubiera levantado un busto de Cañizares cubierto por su toalla y se hubiera tirado al diván por lo menos medio siglo. A circular, aquí no ha pasado nada.

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