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La sangre sale cara

La sangre sale cara

El ciclo de estabilidad que se le presentaba -¿se le presenta?- al Valencia ante sus ojos para consolidar un método, un equipo, una idea, tenía un peligro colateral: querer sacarle provecho, buscar apuntarse el tanto, hacer negocio. O toda a la vez. Ahora se puede, antes no había con qué.

Hay una buena noticia y una mala con los hechos volcánicos en torno a Rodrigo. La buena es que esto viene sucediendo siempre. La mala, lo mismo que la buena. En cualquier casa, en cualquier verano, en cualquier circunstancia. La lucha fratricida entre dirigencia y cuerpo técnico, entre parte de la estructura gobernante, entre parte de la dirección deportiva. Desde Aimar con Molina y Llorente tirando de los extremos opuestos de la cuerda, hasta Quique y Carboni, pasando por la canícula de los Canobbios.

El asombro generalizado respecto a que el propietario quiera mandar resulta una pura ternura. Suceso impropio que jamás se daría en Villarreal, donde el propietario no se entromete en fichajes, o en el Bernabéu, donde el propietario por votación jamás interviene en operaciones técnicas.

Quien vea la excepcionalidad valenciana en estos navajazos de salón que busque el hecho singular en otra puerta. La diferencia, de haberla, reside en el sentido periférico de los Meriton, bunkerizados en su propio recelo, evidenciando en abierto las diferencias hasta alcanzar la caricatura. Contribuye a ello la consolidación del sainete como género endémico de Mestalla. En cambio, no parece haber pifostio ni conflicto ni culpa en el que moviliza una compra sin tener garantía, caso del Atlético.

Entre este ardor, queda por discernir lo relevante. ¿Las decisiones de Lim y su entorno, cercando la libertad de Asturias y Mateu, están basadas en convencimientos deportivos o vienen dadas por intereses sumergidos? Los precedentes, acabada la inocencia, fabrican los malos pensamientos. La ausencia del director general en las operaciones clave, nos pongamos como nos pongamos, dibuja una anomalía.

En el despunte de El Padrino, uno de los personajes fundadores, El Turco, buscando el consenso (ejem), enuncia: «La sangre sala cara». Todo eso antes de que el gore salpique la pantalla. Habría que preguntarse qué hace que, aunque cara, esta sangre salga rentable.

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