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Cien años de paraguas rotos en Algirós

El Castalia fue el rival escogido para el estreno oficial, arbitrado por Milego, presidente del VFC - El gol de Montes al Sporting en 1923, el más celebrado

Cien años de paraguas rotos en Algirós

El Valencia Football Club del campo del camí d'Algirós (cuya inauguración oficial cumple el próximo sábado 100 años) era un club en el que sus futbolistas, a la hora de pedir la pelota, se gritaban entre apodos. Cucala, Tella, Mesura, el Bruto, Riseta eran los nombres de guerra de un equipo que jugaba con boina para evitar que las costuras de los balones abriesen brechas en la frente, en cada remate de cabeza. Los socios se encargaban de barrer las piedras antes de los primeros encuentros. Con dos pesetas, podía llegar a presenciar hasta diez partidos. Algirós estaba incrustado en el actual triángulo de las calles José Edmundo Casañ y los cuarteles, la Avenida de Aragón y la calle Finlandia. Ninguna placa, más que un artesanal cartel del colectivo Últimes Vesprades de Mestalla y que ya ha sido arrancado por el viento, recuerda el estadio en el que empezó a volar el murciélago con un alquiler de 100 pesetas al mes. Los jóvenes fundadores del Fe-Cé, con el catedrático de literatura Octavio Augusto Milego a la cabeza, habían descartado otros terrenos, pegados a la Gran Vía, muy cerca del actual mercado de Colón. El pensamiento de los dirigentes iba más allá de la ciudad estricta, cuya frontera la delimitaba el río. El nacimiento algo tardío del club hizo que el Valencia albergase desde su origen estructuras fuertes, una ambición definida. El fútbol seguía siendo amateur, pero ya convivía con una sociedad que paladeaba el deporte con espíritu lúdico y apetito de masas. Cruzando el río al camí d'Algirós, entre ferrocarriles, alquerías y acequias, el Valencia avisaba de su vocación de crecimiento, y también anticipaba hacia donde tendría que expandirse la ciudad.

La cosmovisión de ese primer Valencia gravita en torno a Algirós. A pocos metros del estadio vivía Eduardo Cubells, primera gran figura del club al que llamarían Cucala, por su porte parecido al del mítico guerrillero carlista del Maestrat. Llegado con su madre desde Chella, su futuro compañero Leopoldo Costa «Rino» se instaló en una casa vecina. Antes del bautizo solemne del 7 de diciembre de 1919, Algirós ya había albergado tres partidos, con tres empates, frente al Gimnástico FC. Sorprende la beligerante atmósfera con la que se libran esos amistosos, con apenas medio año de existencia del club desde que se firmaron los estatutos en el Bar Torino. Las crónicas hablan de invasiones de campo, de escasa presencia policial, de tanganas, expulsiones y goles polémicos. Esos duelos ante los «granotes», orgullosos abanderados del decanato y la pureza del amauterismo, destilan un sabor de rivalidad antigua, que se entiende por el paso previo de los directivos del Fe-Cé en formaciones extintas como el Deportivo Español que acabaron confluyendo en el definitivo Valencia, un club que era más culminación que inicio de un proyecto. Los desórdenes públicos y la afluencia entusiasta de espectadores obliga al Valencia a adecentar Algirós para que se parezca a los campos que ya lucen en Madrid, Barcelona o en el norte de España. Los trabajos para vallar con cañizo las dimensiones del recinto, habilitar una entrada principal, taquillas, casetas de vestuarios y una primitiva grada cuestan 25.000 pesetas, sufragadas por Gonzalo Medina con los ahorros para su boda. En el duelo ante el Castalia, con empate a cero y arbitrado por el mismo presidente Milego, se recaudan 37 pesetas y 15 céntimos que se donan al Hospital Infantil Gómez-Ferrer.

El crecimiento veloz del club, que potencia su plantilla con fichajes que levantan polvareda como las joyas gimnastiquistas Rafa Peral y Enrique Molina, devora en apenas dos años la capacidad de Algirós y obliga al club a mudarse en 1923 a unos 300 metros hacia el norte, a unos terrenos pegados a la acequia de Mestalla, que el barón de Bellver acepta vender por 316.439, 20 pesetas para vincular de por vida a la entidad a su actual, el templo de Mestalla. Antes de ese traslado, Algirós alberga, tal como documenta Histoché, 159 partidos, con 95 victorias, 22 empates, 42 derrotas, 479 goles a favor y 269 en contra. El partido más celebrado de la corta historia de Algirós, sin duda, fue el enfrentamiento en la ida de los cuartos de final de Copa contra el Sporting, rival duro, con tradición. Era el 25 de marzo de 1923 y apenas quedaban dos meses para que el club se trasladase a Mestalla. Ocho mil personas abarrotaron el pequeño campo para presenciar un duelo pasional dirimido bajo una espectacular tormenta. El Valencia alineó a Mariano Ibáñez, Llovet, Piñol, Pedro Estevan, Hipólito Tarín, Marín, Cordellat, Estellés, Rino y a las dos estrellas que dividían el fervor de la grada, Cubells y el ariete Arturo Montes. En el minuto 87, con todos los protagonistas embarrados, el ariete de Benicalap marcó el gol de la victoria, el gol más celebrado de Algirós. «Hubo fracturas de paraguas a porrillo en la celebración», publicó este periódico.

En el fútbol de los tiempos de Algirós, futbolistas, aficionados y club formaban parte de una sola familia. Un ejemplo gráfico eran las tanganas, en las que se confundían jugadores, seguidores y directivos. En una entrevista en 1976 a este periódico Rino recordaba cómo los aficionados saltaron a defenderle cuando los jugadores del Fortuna de Vigo quisieron vengarse, en un amistoso en Algirós, de una contundente plancha que había cometido sobre un rival. Los sueldos (y no todos cobraban) eran de 14 reales y los equipajes los proporcionaba el señor Feliu, secretario del club que regentaba una tienda de ropa en la actual plaza del Ayuntamiento. Los desplazamientos eran toda una hazaña. Si el partido era en el norte, el Valencia tardaba casi una semana en llegar a su destino. El medio más moderno era un autobús Saurer, que funcionaba con cadenas, tenía las ruedas macizas y con una velocidad máxima de 30 kilómetros por hora.

Con el traslado a Mestalla, el Valencia todavía disputó una decena de amistosos en Algirós, hasta la primavera de 1929. En un fútbol que crecía veloz, entregado al profesionalismo, la despedida del efímero campo no deparó grandes homenajes ni crónicas fastuosas en la época. El 13 de diciembre de 1944, en la sección «Cositas y cosazas», este periódico recordaba el 25 aniversario del primer encuentro en Algirós. El texto, firmado por M., resulta llamativo por la añoranza que desprende de un viejo fútbol, en comparación con el de la época, más moderno y con el Valencia defendiendo su segundo título de liga: «Hoy hace 25 años, nada menos, que el glorioso campo de Algirós irrumpió en el deporte balompédico. Qué partidos aquellos, cuando los jugadores perdían una pierna y continuaban corriendo. No diremos que se jugaba mejor, pero sí con más tesón. Hubo quien no cobraba nada, incluso con el Valencia albergando renombre». La tentación de infravalorar el fútbol contemporáneo como «moderno» no es un invento actual, ya funcionaba en los tiempos de la delantera eléctrica. «Después pasamos a Mestalla y lo demás ya lo saben ustedes. El club de Algirós, nacido en el Bar Torino, desaparecido con la Bajada de San Francisco, se llevó entre sus escombros el recuerdo de las más sabrosas asambleas de un club joven, donde los problemas se cernían entre los 15 y los 20 duros». El fútbol jugado con boina, piernas escayoladas y paraguas rotos. El fútbol de Algirós.

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