Vicent Cuxart (Cornellà, 1962-València, 2020) era el guardián de una vieja tradición. La de los empleados al servicio incondicional de un club desde la mayor discreción y eficacia. El fútbol se mueve por su impacto millonario, por la celebridad de los jugadores y una exigencia competitiva tan feroz como la estridencia mediática que lo acompaña. Pero la fuerza invisible que hace avanzar cada pesado trastalántico está en el trabajo callado y el factor humano de los empleados que no aparecen en las fotos, ni marcan goles, ni deciden fichajes. Como Vicent Cuxart, atendiendo cada detalle y cada visita en la ciudad deportiva de Paterna. Como los jardineros, telefonistas, chóferes, cocineros, oficinistas... Hombres y mujeres que siguen la estela de Vicente Peris, aquel joven que entró en el club en 1939 como chico de los recados y falleció en 1972 de un infarto en Mestalla, convertido en el gerente que había transformado la entidad. Un legado que la modernización del fútbol fue mitigando, pero que siguieron presentes con rostros recordados como los de Paco Real, Marta Alegría y Antonio Company, o como Antonio Campos, ya jubilado, que cuida su huerto de Pedralba pero que todavía recuerda la combinación de cada una de las 200 llaves de las puertas de Mestalla, estadio que como conserje custodiaba como una fortaleza medieval. Mientras, Voro González se ocupa de toda clase de asuntos, sin saber si quizá le toque volver a rescatar al primer equipo como técnico. Son los imprescindibles, que acuñó Brecht.

Cuxart jugó como mediocentro y defensa central en el Valencia en 27 partidos durante las temporadas 84-85 y 85-86, en una carrera que discurriría también en el Villarreal y Levante UD, por entonces lejos de la élite. Su hermano Enric, delantero, también llegaría al primer equipo a finales de los 80, con un breve paso pero inmortalizado con tres tantos al Logroñés que certificaron el subcampeonato de 1990.

La gran obra de Vicent al servicio del VCF estaría destinada en la ciudad deportiva, en la que fue un gestor eficaz, cercano y humilde con los jugadores de la Academia, cuya figura protectora fue paternal en el equilibrio emocional de la formación futbolística. Sobre todo en aquellos que, como Silva, Isco, Jordi Alba, Ferran Torres o Gayà, venían de lejos o habitaban en la residencia. De ellos, como recordó ayer el club, se guardaba las fichas federativas de sus primeros años, para entregárselas como recuerdo si llegaban al primer equipo. Los compañeros de los 80 y los niños de Paterna se despidieron con mensajes cariñosos del hombre de club que siempre estaba en un segundo plano. Como en esa imagen sonriente, confundido entre valencianistas, en la marcha del Centenario.