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La Gran Vía de Madrid, que estos días conmemora el centenario, es el espejo en que se mira la alcaldesa de Valencia. A Rita Barberá le ha faltado tiempo, tras ver los numerosos reportajes que se han dedicado al centenario de la gran avenida madrileña, para cuya apertura hubo que derribar 312 casas del centro de Madrid y eliminar 14 calles, para compararla con la prolongación de Blasco Ibáñez.

La conexión de Blasco Ibáñez con el mar supondrá el derribo de 1.600 casas del Cabanyal y la ruptura de la peculiar trama viaria que hizo a este barrio merecedor de ser declarado Bien de Interés Cultural.

Blasco Ibáñez y la Gran Vía son dos ejemplos de operaciones urbanísticas de "sventramento" pero con un siglo de diferencia. La apertura de grandes ejes a través de núcleos urbanos consolidados (como la incompleta avenida del Oeste) es una fórmula decimonónica y obsoleta para muchos urbanistas que en caso de intervenciones de regeneración en tramas históricas abogan por pequeñas operaciones de cirugía urbana.

La Gran Vía madrileña permitiría, según las autoridades de la época, regenerar el centro histórico formado por calles estrechas e insalubres y dotar a la ciudad de una arteria emblemática y cosmopolita. Las tesis que dieron pie a la apertura de la Gran Vía tienen plena vigencia para el Ayuntamiento de Valencia que ha utilizado el mismo argumento de las "callejuelas estrechas y mal aireadas" del Cabanyal para justificar ante el Ministerio de Cultura la prolongación de Blasco Ibáñez.

La alcaldesa se lamenta de que mientras en Madrid se rinde homenaje, con presencia de los Reyes, a la centenaria Gran Vía, en Valencia deben de paralizar la apertura de Blasco Ibáñez hasta el mar por imperativo del Gobierno.

El proyecto de una gran avenida que atravesara el casco antiguo de Madrid data de mediados del siglo XIX, justo cuando Haussmann -un ingeniero de referencia para Rita Barberá- hacía lo propio en París. El proyecto no arrancó hasta 1904 cuando empezaron las expropiaciones.