«El lunes 30 de diciembre de 1918, Miguel de Unamuno salió en tren desde Salamanca con destino a Valencia —donde llegaría al amanecer del primer día de 1919— para asistir a la primera boda de su hijo mayor, Fernando, joven arquitecto, con María Rincón de Arellano, hija de un notario», explica Francisco Blanco Prieto, autor de la trilogía «Unamuno. Profesor y rector de la Universidad de Salamanca». Fernando, apostilla el investigador, «enviudaría pronto y se casaría con la maestra Mercedes Adarraga, con quien tuvo 7 hijos». María falleció en julio de 1927, tras perder a su primer hijo en un aborto. Así lo cuenta Unamuno en la carta que escribe desde su exilio en Francia a Matilde Brandau el 15 de noviembre de ese año.

Unamuno, a quien el dictador Primo de Rivera había desterrado a Fuerteventura en febrero de 1924, tras ser indultado el 9 de julio de ese año, se exilia voluntariamente en Francia —primero en París y, poco después, en Hendaya— para no volver a España hasta la caída de la dictadura en1930.

En la misiva, que recoge el «Epistolario americano (1890-1936)» de Unamuno (U. de Salamanca,1996), el autor de «Niebla» describe la muerte de María como un «¡Golpe terrible para todos nosotros!». Y añade: «Mi pobre nuera me era otra hija, cariñosa, abnegada. Fue con su marido, mi hijo, a buscarme a Canarias. Llevaban ocho años de casados, sin sucesión, y a los ocho tras un aborto — ¡yo soñando en ser abuelo!— se nos murió en pocos días. ¡Y nos dejó un vacío...! Y yo en el destierro».

«Jamás se ha robado tanto»

La carta está escrita en Hendaya. «Yo estoy aquí, en la frontera misma, y aquí seguiré hasta que no pueda volver a mi España». El escritor se lamenta de su destino y del de su país: «Y aquí me tiene, lo más del año en este hotelito, en un cuartucho de estudiante, rumiando el pasto amargo de las vergüenzas de mi patria. Donde lo malo no es que haya dictadura; mejor: tiranía, sino que los tiranuelos... no son personas honradas. Jamás se ha robado tanto». La animadversión mutua entre Unamuno y Primo de Rivera venía de lejos. Ya en diciembre de 1919, cuando el catedrático era columnista de El Mercantil Valenciano y el militar, capitán general de Valencia, ambos mantuvieron un duelo dialéctico en la portada de este diario a propósito de los tribunales de honor en el ejército. En medio de réplicas y contrarréplicas, el futuro dictador amenazó al profesor con un lance de honor.

En su epístola, Unamuno, ve con alivio la mejora de su situación económica y la de sus 9 hijos: «afortunadamente mi hijo segundo (Pablo), dentista, puede sostener a la familia toda con holgura, y a mí, aparte del recurso que tengo entablado por el arrebato de mi cátedra, empieza a producirme algo el teatro y, aunque mucho menos, las traducciones que se me hacen, sobre todo el alemán». Fernando fue arquitecto del Ayuntamiento de Palencia, ciudad donde se estableció, y murió en Madrid en 1978 poco antes de cumplir los 86 años.