La fiesta de San Vicente Ferrer tiene un hilo conductor esencial, que le distingue de cualquier otra manifestación festiva de la ciudad: la interpretación, por parte de niños, de pequeñas obras teatrales en las que se narran milagros del santo dominico. Bien surgidos de la tradición oral y secular, bien producto de la imaginación del escritor de turno. Así ha sido desde hace siglos. Sin los altares en la calle y sin los jóvenes intérpretes, la del patrón no pasaría de ser una fiesta con sus pautas habituales: actos litúrgicos, procesiones de la imagen y veneración de la misma.

Y, seguramente, sin la competición que supone el concurso, esta tradición oral estaría, a estas alturas, finiquitada. Y el de este año se ha caracterizado por una curiosidad: el premio al mejor niño que interpreta a San Vicente se ha dado ex aequo a los dos que lo representaron en la obra ganadora, la del altar del Tossal. Premios dobles se han dado en alguna ocasión. Y San Vicentes dobles también. Pero dos, y los dos ganadores, se produce después de muchas generaciones de niños que se han puesto los hábitos dominicos.

Daniel Doménech Sempere, de 10 años y Ángel Canales Alcolea, de 13, son los protagonistas. Este último se despide a lo grande. «Era mi última participación porque el viernes próximo cumplo 14 años y ya no tendré edad reglamentaria. He actuado desde que tenía cuatro años, los tres últimos de San Vicente». Daniel ya salía como «gent del poble» (los «extras» en la representación) cuando tenía dos años e interpretaba por primera vez al religioso.

Curiosamente, en la obra, el niño más jóven interpreta a un San Vicente viejo, que está rememorando pasajes de su vida en sus últimas horas. Y el más mayor es el que las protagoniza: cuando renuncia a su familia terrenal para comprometerse con la Iglesia; cuando detiene la caída de un obrero y cuando devuelve, durante unos instantes, la voz a una muda. «Los papeles los decide el director (Juanfran Barberá)», pero también la obra, que era nueva, ha sido escrita por Ampar Cabrera atendiendo a los niños y a los caracteres de que disponía en la asociación vicentina. «Empezamos a ensayar en septiembre» asegura Ángel, cuyo papel, cuando San Vicente estaba en plenitud, debía ser «serio y estricto. Que si tenía que reprender a una persona, lo hacía con genio y energía. Es el papel que más he disfrutado». Daniel ya había hechos papeles de anciano, pero «siempre en el Altar. Ninguno de los dos participamos en otro tipo de teatro». Ni de falla, aunque los dos pertenecen a comisiones (Pintor Segrelles y Barrio de San Isidro). La caracterización les ha llevado a hacerse la tonsura, afeitándose buena parte de la cabeza. Durante la semana, cuando vuelven a ser «civiles» es habitual verles con gorras puestas. Los hábitos son copia de un modelo real de fraile dominico. Ángel lleva capa negra porque está predicando en el exterior. Daniel va de blanco porque está meditando en su celda.

«Cuando dices en el colegio que participar en los milagros, son muy pocos los que saben de lo que estás hablando». Ya desde bien jóvenes entienden sobre el terreno lo minoritario que es el tesoro cultural que interpretan. «Pero nos encanta hacerlo». Hoy se les verá en plena calle desde las cinco de la tarde en la plaza del Tossal.