«La iglesia llevaba cerrada al mundo 600 años y el jardín lo mismo. Por primera vez estarán al alcance de todos». Bajo esa proclama, el Convento de San José rompe su clausura secular y, el último fin de semana de septiembre quedará abierto al público, desacralizado y reconvertido a un mix entre sala de conciertos, conferencias, museo o cine y, al fondo, en el jardín, un espacio gastronómico en el que, por lógica, estará la línea de negocio. Esta es la premisa básica de una iniciativa de la firma Calma y la inversión de la familia Burdeos-Andreu.

Ayer, los directores del proyecto, Santiago Máñez y Juan María Sánchez, dejaron entrever el estado de las obras. A la iglesia, el espacio cultural, apenas se le hace una reforma ligera. Se mantiene la decoración existente desde que, en 2007, fuera abandonado a su suerte. Mejor conservada arriba que abajo. Queda, eso sí, por adecentar lo que sería el altar mayor, donde habrá una pantalla de cine. En este espacio empezarán las actividades culturales que tendrán un primer evento emblemático con el festival Intramurs, que festejará el renacimiento del espacio convirtiéndolo en su sede principal. Todavía se ven algunos vestigios de la vertiente religiosa. Antiguos bancos, los tornos donde las monjas recibían la ropa que planchaban para el vecindario, con la que obtenían recursos económicos. También está el torno donde se depositaban los niños abandonados. Y las celdas, que acabarán formando parte del complejo hotelero.

Restos del expolio

Pero también están los vestigios del expolio sufrido en 2007, cuando las monjas (las vivas y los enterramientos que tenían en el recinto) abandonaron el inmueble. Las paredes mantienen los desconchones donde, en su momento, hubo azulejos que se rescataron a tiempo para guardarse en San Pío V.

El jardín es uno de los vestigios de los huertos que existían secularmente en esta zona, murallas hacia adentro. También había permanecido durante siglos sólo como jardín para esparcimiento y oración de las monjas de clausura. Ahora se instalará en su interior una serie de cinco espacios gastronómicos. Además de uno perteneciente a un patrocinador, la cervecera Mahou, el resto son coordinados por el chef Miguel Ángel Mayor: «Comidas del Mundo», «La Lonja», «Barra Calma» y «Casa de Comidas». «Pretendemos una oferta relajada y social y al alcance de todos los bolsillos».

Una vez consolidada la línea de negocio se acometerá la segunda fase: un hotel, que ocuparía las dependencias del antiguo convento, reconstruido en los años setenta, y que precisará, naturalmente, de una amplia reforma e inversión. «No contamos con que esté listo antes del año 2020». El proyecto sería de 50 habitaciones «pero que tenga sentido, no excluyente. Un hotel de bienestar». Ahora, el reto es hacer viable un recinto que estará abierto permanentemente y para el que, de alguna forma, hay que ir adrede (no está plenamente en la ruta del Carmen), aunque ayer, los viandantes ya echaban las primeras miradas furtivas.