No han pasado ni los 15 primeros días, pero el estado de alarma decretado por el Gobierno cae como una losa sobre los hombros de todos quienes permanecen confinados en sus casas. Algunos pocos todavía pueden salir a la calle por motivos que, en una amplia mayoría son de causa mayor. Los ávidos de pisar de nuevo el asfalto creerán que son afortunados mientras que otros, quizá con los pies más pegados al suelo de sus casas, creerán que se juegan la vida en un sentido literal al cruzar el umbral de la puerta que separa la protección del hogar frente a la incertidumbre de unas calles que hace días lucen desiertas.

En una ciudad de 795.736 habitantes, según el censo de València en 2019, estos días resulta extraño encontrar a gente donde siempre la hay. El zumbido de pasos, llamadas y prisas habitual en la calle Colón se silenció hace hoy diez días. En esta milla dorada valenciana, donde se agolpan las tiendas de ropa y tecnología más conocidas, el silencio es el protagonista estos días y hasta el canto de los pájaros ha vuelto a sonar, para sorpresa de muchos.

El pasado lunes 23 estaba prevista la segunda gran reconversión de Colón al ampliar al doble la capacidad del carril bus, reducir a la mitad la del tráfico rodado y disparar por los aires la furia de los conductores. La medida coincidía en espacio y tiempo con la peatonalización de la plaza del Ayuntamiento y la reordenación de las líneas de la EMT. Nada de eso ha sido posible e, igual que dejaron de sonar las mascletades, tampoco las obras hicieron lo suyo en el corazón de la ciudad.

Más allá de los sanitarios, policías, guardia civiles y militares, por la ciudad merodean quienes todavía madrugan para ir a la oficina, la fábrica o a limpiar sin rango de héroes. También, con mejor fama, quienes se enfundan en el uniforme del 'súper' y se disponen a abastecer las neveras de los confinados.

En los barrios, el movimiento es discreto pero ininterrumpido. El vecino que pasea al perro, la que baja a tirar la basura o el que va a comprar. Pero entre quienes pisan la calle de esta València desierta del mes de marzo de 2020 impera el mutismo y la sospecha. Pertechados tras guantes de vitrilo, bufandas, pañuelos y mascarillas, nadie cruza una palabra en la calle. Ya no hay saludos. Los abrazos están prohibidos y las alegrías se han guardado bajo llave hasta la victoria.

Los fotoperiodistas de Levante-EMV son parte de ese Ejército no militar que cada día pisa la calle en plena crisis sanitaria por el aumento de infectados y muertos por el coronavirus SARS-CoV-2, que desencadena la enfermedad COVID-19. Trabajan con la acreditación en la mano para identificarse si así lo requiere algún agente de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y la cámara al cuello para captar lo que sucede y lo que no más allá de lo que ustedes ven desde sus balcones. Son quienes, junto a los cámaras y reporteros de televisión, les permiten observar qué está pasando durante este estado de alarma en el que en las avenidas, callejones y bulevares impera un grito colectivo y silenciado que quiere volver a una normalidad en la que está permitido abrazarse.

Plaza de San Agustín

Torres de Serranos

Estación de Norte

Plaza Redonda

Plaza de la Reina

19

Ruta 360º por una València vacía en el estado de alarma por el coronavirus

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