La España del despilfarro incluye un catálogo de obras faraónicas, construidas en los tiempos de bonanza económica, sin ningún tipo de razón de ser. Pabellones, puentes, torres, aeropuertos, parques y toda clase de edificaciones se levantaron a lo largo y ancho de la península. Con unos sobrecostes incalculables y, lo que es peor, con una infrautilización que debería sonrojar a los autores de las fechorías.

La ciudad de València conserva, como vestigio de aquellos tiempos, la Torre Miramar. Una construcción en mitad de la nada, una rotonda en la salida de la V-21, con una torre que no lleva a ninguna parte. Un teórico mirador desde el que sólo pueden verse fincas y un poquito de la línea de la playa y ni siquiera eso, puesto que no se llegó ni a inaugurar. Desde hace años es un nido de cochambre. No está ni recepcionada por el ayuntamiento y ese es el motivo del abandono sistemático. Tan sólo se cuida la zona subterránea, que es por donde entra y sale el tráfico de la ciudad.

Ayer, el alcalde Joan Ribó se reunió con la Asociación Parkour València y desveló que han empezado las gestiones con la Demarcación de Carreteras «para buscar soluciones para dar un uso ciudadano a siete mil metros cuadrados que están sin utilizar». Y éste podría ser un particular centro de Parkour, que es un deporte urbano definido como el «arte del desplazamiento» en el que los practicantes, a base de saltos y giros, se mueven por la ciudad utilizando el mobiliario urbano. A mitad camino entre el deporte y la filosofía de vida.

El alcalde de València hizo una reflexión sobre «la sensibilidad ante las nuevas formas de ocio juvenil vinculadas a aquello que se denomina ‘cultura urbana’: parkour, calistenia, danza urbana, escalada, skate…» y por eso ha mostrado la voluntad para la creación de instalaciones específicas para desarrollarlas aprovechando la propia ciudad y de la mano de los propios colectivos que ya practican estas disciplinas. A la vez que ya quiso cortar a la primera de cambio cualquier alarma: «que se utilice para escalada no quiere decir que se habilite para subir la totalidad de sus 45 metros».

La Torre Miramar pasaría de esta forma a convertirse en un parque de ocio saludable y rescatar una instalación en la que «se gastaron millones de euros que no tienen ninguna rentabilidad ciudadana». Joan Ribó aseguró que estas iniciativas son «una alternativa a prácticas que de manera injusta a veces se aplican a todos los jóvenes, como es el botellón. El asociacionismo juvenil, la cooperación, la autosuperación, la constancia y el compañerismo también forman parte de nuestra juventud, y el Ayuntamiento quiere ayudar a intensificarlo», dijo.