Asistimos últimamente, tanto en el ayuntamiento como en los medios, a un debate social y político sobre el desarrollo urbanístico de los terrenos vacantes del PAI Benimaclet, localizados junto al núcleo histórico del barrio.

El Plan General clasifica estos suelos desde hace más de 30 años como urbanizables, estableciendo para ellos con carácter determinante el uso residencial, su edificabilidad, densidad media y número de viviendas y señalando las zonas verdes y equipamientos públicos que necesita el barrio (Escuelas, Centros Sociales, Deportivos, Sanitarios, etc.).

De las declaraciones públicas y publicadas de los representantes políticos, vecinales y empresariales, parecería que el debate consiste en la elección entre dos modelos distintos que se exponen de manera muy simplista: un «modelo duro» basado en la ocupación del suelo por viviendas y hormigón, y un «modelo verde» basado en la creación masiva de huertos urbanos y en la reducción drástica del número de viviendas.

Planteado en estos términos, nadie dudaría en decantarse por este último. Sin embargo, las apariencias engañan y pone de manifiesto lo equivocado del debate: los dos modelos expuestos son correctos en sí mismos, aunque otra cuestión es su adecuación al caso de Benimaclet. El primero planteado, es propio de la ciudad compacta, de la ciudad consolidada, mientras que el segundo lo es de la ciudad dispersa, de la urbanización aislada en el territorio.

El principio básico de la sostenibilidad urbana consiste en actuar sobre la ciudad consolidada, aprovechando sus oportunidades, densificando racionalmente el espacio para generar ciudad compacta y vida social urbana. Modelos de baja densidad no sólo disminuyen las relaciones sociales, sino que son insostenibles económica y medioambientalmente.

El suelo del PAI Benimaclet presenta una lúcida oportunidad para mejorar la situación urbanística y social de sus vecinos, pues conforma un espacio que se integra perfectamente en la malla urbana del barrio, en su ciudad consolidada.

Ofrece la posibilidad de crear nuevos espacios públicos de calidad, de construir nuevos equipamientos, de ofertar viviendas protegidas que faciliten la creación de un parque público de viviendas en alquiler social, de crear aparcamientos públicos a precios asequibles para los nuevos habitantes y para satisfacer las necesidades existentes en el barrio. Esto permitiría «liberar» de vehículos las calles y mejorar su calidad urbana mediante arbolado y su reconversión en lugares de convivencia social.

Una disminución drástica de la edificabilidad comportaría la generación de un modelo de baja densidad que impediría los beneficios descritos y llevaría a una oferta de viviendas aisladas de precio elevado, conllevando, además, un grave acción indemnizatoria, por la quiebra de derechos legalmente adquiridos por los propietarios de los terrenos, importe que siempre resultará muy costoso a pagar por todos los valencianos.

Por otro lado comportaría una controvertida privatización del espacio público con la creación de amplios huertos urbanos que reducirían los jardines y demás espacios libres de uso público para todos los vecinos, situación que no deja de ser paradójica cuando toda l´horta nord se encuentra a unos escasos 50 metros del barrio.

Ciertamente la actual Ronda Norte se conforma como una barrera casi infranqueable, lo que nos lleva a la revisión de su trazado (tal como ha sido planteado en ejercicios de clase en la Escuela de Arquitectura), permeabilizándola para facilitar su acceso a los vecinos. Nada se valora más que lo que se disfruta. Abrir la huerta a los vecinos del barrio es la mejor forma de ponerla en valor y defenderla de posibles agresiones.

En consecuencia, el debate abierto sobre el PAI de Benimaclet se manifiesta equivocado y debería reconducirse al contraste tranquilo entre dos modelos: uno de baja densidad, de viviendas unifamiliares, escasos Equipamientos derivados de su edificabilidad reducida y disposición de huertos urbanos privativos a costa de reducir zonas verdes públicas, y otro modelo compacto, generador de un parque de viviendas libres y protegidas en alquiler social, con la disposición de usos terciarios compatibles con el residencial generadores de empleo y con la construcción de equipamientos, zonas verdes y aparcamientos públicos para todos.

En definitiva, se trata de aprovechar la oportunidad que ofrece el debate urbano para analizar con rigor las virtualidades que ofrece el modelo de ciudad compacta (donde los principios de la colectividad están más arraigados) frente al modelo de ciudad dispersa (en donde la individualidad parece ser dominante) y Benimaclet, en opinión de quienes suscribimos este artículo, (y de personalidades de referencia como el arquitecto Richard Rogers), se conforma como un ejemplo paradigmático de ciudad consolidada. En cualquier caso, esperemos que se abandonen debates equivocados que sólo generan inconvenientes sociales y que a nadie benefician.

Esperamos y deseamos que esta sea la ocasión del inicio de un debate social profundo, en defensa de los valores de la ciudad compacta, que oriente definitivamente el desarrollo urbano hacia la imprescindible sostenibilidad, como una de las más importantes aportaciones a la lucha contra el cambio climático.