La relación entre la vid y el ser humano está tan íntimamente relacionada que cuando se la deja de cuidar y se abandona ésta deja de dar uvas. Encontrarse un paisaje destruido con un viñedo moribundo en el campo produce desazón, es en muchas ocasiones el efecto del fin de una forma de vida, del despoblamiento de las comarcas del interior. Se trata de parcelas de viñas viejas, con profundas raíces que soportan mejor los años de carestía de lluvias, que dan muy baja producción de excelente calidad. Algunos son pequeños bancales, apartados, metidos en el monte, con cepas en vaso que hay que vendimiar a mano. La falta de relevo generacional y el bajo precio de la uva hacen que no resulten rentables para el viticultor.

Juan Piqueras y Susana López son los responsables de la microbodega Pigar, ubicada en la pedanía requenense de Campo Arcís, donde elaboran ediciones limitadas de vinos sin aditivos ni sulfitos. En 2016 iniciaron un proyecto con el que recuperan viñedos abandonados. Cuando se ven atraídos por la magia del entorno de estas cepas viejas contactan con el propietario e inician el proceso de rescate.

El Bobales Perdidos sale de 4 parcelas que suman 4 hectáreas. Está hecho con un 20% de racimos enteros, con raspón, y se cría 7 meses en barricas de 400 litros. Practica una maceración larga, pero con muy suaves remontados, como si fuese una infusión. Sus aromas a fruta negra madura, sotobosque y balsámicos evocan el medio natural del que procede, con suaves tostados, frutos secos y tabaco de cigarro puro. En boca es contundente, fresco, con buena acidez, vivos taninos, con buena carga frutal que recuerda a las moras y los arándanos, algarrobas, cacao, amargoso, con un toque rústico agradable en un vino natural bien hecho, potente y fresco.