Son palabras de Soraya Sáenz de Santamaría, vicepresidenta del Gobierno: «Lo peor que puede hacer un político es obligar a la gente para la que gobierna a dividirse y a separarse». Cabe entender que por fin reconocen implícitamente su responsabilidad: con su oposición a la reforma del Estatut de Cataluña, con su recurso, han contribuido a estimular la catalanofobia y a amplificar los sentimientos centrífugos de muchos catalanes. Soraya tiene razón en su autocrítica: han hecho «lo peor que pueden hacer los políticos». Pero no es solo en la cuestión territorial donde han obligado a la gente para la que gobiernan «a dividirse y a separarse». Están dejando sin trabajo y sin ayudas a millones de ciudadanos, degradando la educación y la sanidad para la mayoría, limitando drásticamente su acceso a la cultura. ¿Qué mayor división y separación que la provocada con estas políticas que benefician a una ínfima minoría y perjudican a la inmensa mayoría?

Bienvenida sea la autocrítica de la vicepresidenta. Ahora solo queda el lógico corolario: la dimisión y la convocatoria de elecciones para dejar paso a gobiernos de progreso.