Hace un año que el que era cardenal Bergoglio se convirtió en el papa Francisco. Aún recuerdo los días previos a su elección. Lo que más me llamó la atención fue que su designación no dejó indiferente a nadie y, desde sus primeras palabras hasta hoy en día, ha removido muchas conciencias y despertado esperanza y alegría en mucha gente de bien. Hemos visto cómo desde multitud de ámbitos, religiosos o no, han mostrado un respeto y hasta admiración por un hombre que habla con humildad y profunda sinceridad al corazón de los hombres y mujeres de hoy en día. Que nos recuerda que «la solidaridad cristiana entraña que el prójimo sea amado no sólo como un ser humano con sus derechos y su igualdad fundamental con todos, sino como un hermano» (XLVII Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 2014).

El papa Francisco no dice nada contrario de sus predecesores, ni mucho menos hace nada que no se soporte en la raíz del Evangelio. Su mérito está en mostrarnos que «el verdadero poder es el servicio» y «acoger con ternura y afecto a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, los más débiles, los más pequeños». Creo que el mundo estaba necesitado de ello en este momento de la historia. Gracias Santo Padre.