Entré casi sin ganas por considerar que iba a ser una película que trataría sólo de religión. La sala estaba vacía a excepción de mi hijo y yo. El filme trata de un joven musulmán que vive en Francia con su familia y quiere convertirse al cristianismo. Sin embargo, el verdadero impacto consiste en elevar una voz de alerta respecto al comportamiento fanático de muchos musulmanes que viven en Europa y lavan los cerebros de sus jóvenes llevándolos a una situación nada feliz, cuando, como sucede en la película, podrían perfectamente convivir y ser amigos con personas de otras religiones.

Nosotros, los cristianos, que somos históricamente la mayoría en Europa, somos quienes debemos ser tolerantes pero nuestra tolerancia se está convirtiendo en miedo de ser tachados de racistas, no tolerantes y demás yerbas, mientras que a veces incluso se nos dificulta la práctica de nuestra religión. Nuestra espina dorsal se eriza en el convencimiento de que a nuestras espaldas y en nuestra propia casa, que gentilmente abrimos a todos los credos y todas las razas (lo cual es justo), se urden fanatismos que con su agresividad pueden llevar a matanzas e incluso el aniquilamiento de nuestra propia cultura y tradición.

Tolerancia sí, pero no manipulada con fines políticos. Tolerancia sí, pero con igualdad para nosotros si vamos a sus países, con respeto de nuestras tradiciones incluso en sus países, así como nosotros aceptamos sus turbantes, burkas,.... Tolerancia sí pero no para solapar violaciones a los derechos humanos, menoscabo de las mujeres, niñas y esclavismo arcaico. La generosidad bien entendida empieza por casa y quien reniega de su propio origen está ya vencido culturalmente. Cecilia Violante. Valencia.