Un día se levantó. Directo al espejo, se aseó, se arregló sin apenas mirarse. Con la destreza de un ciego sin bastón para guiarse, se dirigió hacia la televisión. Éste no era un sonámbulo cualquiera, mejor dicho no era una persona cualquiera, vivía más dormido que despierto.

Aunque ciego y en las nubes, era consciente de que era diferente a los demás, a los cuales percibía con una similitud bastante aterradora.

Había nacido y crecido como los demás y en un momento dado se dio el gran cambio, harto de las mismas noticias todos los días en todos los canales, harto de modas que se repiten una y otra vez, asqueado de corruptos en el poder, cansado de sacrificarse y esclavizarse por el dinero. Estaba claro que los clones tenían facultades para darse cuenta de la realidad, entonces el sonámbulo pensó que algo estaba haciendo que estos seres se comportaran de igual forma, pese a ser algunos conscientes del engaño, aceptaban sin rechistar.

Se preguntó entonces si quizás tanto alimento transgénico les había lavado el cerebro, pero poco tardó en percatarse de que era mucho más profundo que eso. Estaban viviendo en los sueños de otras personas. Esto les hacía creer que eran incapaces de soñar, pues ya vivían en la realidad un sueño. Habían estado demasiado tiempo absortos en una película de ciencia ficción y se habían entretenido demasiado: lejos de confundir su igual derecho de soñar, se decretaron a sí mismos trabajadores de un sueño capitalista. David Pérez. Carcaixent.