Las políticas de subvenciones y ayudas sociales de la segunda mitad del siglo XX no han dado buen resultado. En España por ejemplo el líder Felipe González las puso en marcha desde el principio de su gobierno, hasta que al final se vio obligado a subir los impuestos para garantizar la estabilidad de ese Estado del bienestar. Eso le dio pie a Aznar a prometer bajar los impuestos y cuando llegó al gobierno lo que hizo para poder bajarlos fue reducir el sistema de subvenciones y ayudas sociales.

Si González hubiera decretado una meritocracia como la que ideó Saint-Siomon, posiblemente el PSOE seguiría gobernando legislatura tras legislatura, y el Estado del bienestar meritocratico seguiría en marcha hasta conseguir progresivamente la emancipación profesional de la sociedad en una sola clase de mujeres y hombres profesionales, libres, iguales, solidarios, cultos, ecológicos y contribuyentes honrados. Y la meritocracia no debe ser solo en positivo, también en negativo, al discriminar a los defraudadores y delincuentes fiscales.

Ahora, hay algunos políticos que hablan de cambiar la Constitución para establecer un Estado más federal. Pero eso no sería necesario si hubiera voluntad política para crear una partida presupuestaria del Estado para dos premios únicos e indivisibles: uno para premiar a la comunidad autónoma que más empleo haya creado en el último año, y otro para el ayuntamiento que más viviendas sociales asequibles haya adjudicado en el último año. El siglo XXI ya es el siglo del surrealismo. Andrés Carcelén Izquierdo. Alicante.